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Todos os capítulos do Atada a un hombre cruel: Capítulo 21 - Capítulo 30
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Perra infiel
BRANDONMe quedé ahí, en medio de la lluvia, viendo cómo se alejaba Emilia de mí. Me quedé inmóvil con sus palabras.Quería moverme, hice el intento de moverme, pero el sentimiento de venganza me dejó anclado al suelo. Le haría daño, sin duda le haría daño si daba un paso hacia ella. Su silueta empapada, envuelta en esa tormenta que parecía hecha a la medida de nuestra historia. Emilia caminaba sin mirar atrás, sin temblar, sin dudar. Con la cabeza en alto y el corazón hecho trizas, lo sabía… porque el mío estaba igual. Ella era libre. Y yo, estaba encadenado a un infierno que yo mismo me había fabricado. No me moví por varios segundos. Solo la vi desaparecer entre la gente, entre los coches, entre la vida que seguía avanzando sin importar que mi mundo acababa de romperse un poco más.Quería verla aunque fuera una última vez. Reaccioné cuando ella tomó un taxi, por lo que yo me apresuré a tomar otro. Por un instante me permitiría olvidarme de todo, menos de ella. Le pedí al chofer
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Alma en pena
BRANDON Los días habían pasado y parecía una maldita alma en pena. No recordaba la última vez que me había bañado, pero sí de algo estaba seguro, es que el perfume que usaba era muy bueno, porque nadie se había quejado de mi olor. No había pegado un ojo en toda la madrugada, de nuevo, porque cada vez que cerraba los ojos veía su rostro justo en ese maldito momento en que me gritó bajo la lluvia que la dejara en paz. Que yo, el mismo que se suponía era su esposo, no era más que un fantasma en su vida.¡Un pu**to fantasma! ¡Madre mía, lo peor es que estaba actuando como uno! Mis ojeras, el humor del diablo, y el pu**ñetero dolor de cabeza porque permanecía despierto a base de café, me habían convertido en un alma en pena salida del inframundo. Estaba en la oficina y bufé como un león furioso, lanzando la carpeta de informes sobre el escritorio de cristal con tanta fuerza que hasta Griselda, mi asistente, pegó un brinco al otro lado de la puerta.— ¡Quiero ese contrato revisado en una
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Perra diva
EMILIAEstar bajo la mirada de mis dos mejores amigos, a los que nunca les había contado sobre mi nula actividad se**xual, fue de las cosas más embarazosas por las que estaba atravesando, pues me daba vergüenza admitir que nunca había visto a Brandon ni siquiera en calzones. — Em, creo que nos debes una explicación. O sea, ¿no te tronó el cacahuatito? —Leo alzó las cejas, con curiosidad. — ¡No, no, no! —Exclamé, entre risas nerviosas, intentando zafarme del interrogatorio al que me tenían sometida Leo y Tony. Estábamos en el comedor de mi departamento, con las tazas de café a medio terminar y sus miradas afiladas como cuchillos de chef profesional, listas para filetear salchicha.— ¡Pero cómo que no te lo tiraste, mujer! —. Gritó Tony, escandalizado, dejando caer su tenedor como si acabara de presenciar una tragedia griega. Madre mía, a este paso y con este escándalo todo el edificio se terminaría enterando de mi vida privada— ¿Nunca, nunca, nunca te regó la florecita ese desgraciado
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Lo que daría por ver la cara de ese idio**ta
EMILIALa música vibraba en el aire como un latido constante, haciendo eco dentro de mi pecho, pero esta vez no era por ansiedad o tristeza. Era por risa. Por primera vez en mi vida estaba disfrutando de una buena velada. No estaba haciendo nada malo, salvo platicar con extraños.Tony y Leo tenían razón. Me apoyé ligeramente sobre la barra, con un cóctel en mano, uno que Tony había ordenado y llamado descaradamente “resurrección divina”. Frente a mí, tres hombres discutían animadamente, lanzándose indirectas y bromas, intentando ganarse mi atención como si fuera el último billete dorado de una lotería exclusiva.— Entonces, ¿me vas a decir que jamás has probado la verdadera pizza napolitana hasta que me invites a tu próxima cita? —. Me guiñó el moreno de ojos verdes, italiano, con sonrisa de actor de telenovela. Digno de ser el protagonista de alguna de mis historias. — Por favor —. Interrumpió el rubio de ojos azules y de camisa ajustada, riendo y haciendo notar sus pectorales—. Nad
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¿Por qué no coqueteas conmigo?
BRANDONDecir que tenía prisa por llegar fue poco, quería transportarme y embarrar la cara en el suelo a los tres imbéciles que estaban con ella. — Brandon, piensa mejor las cosas. Esto podría empeorar las cosas con Emilia —. Intentó detenerme, Adam. — Adam, en este momento lo único que estoy pensando es en que mi esposa no termine en la cama de uno de estos imbé**ciles. Me tomó del brazo. — Hey, creo que podemos pensar mejor las cosas. . . — Adam, sé que te preocupas por mí, pero no va a haber poder humano que me aleje de ella. La cuenta de las bebidas las invito yo —. Y dicho esto me adelanté. Sabía que era una grosería dejar a mi amigo, pero no podía permitir que mi esposa estuviera coqueteando con extraños. Caminé hacia la barra con paso firme. Como un toro dispuesto a embestir. Los tres idiotas se dieron cuenta de mi presencia al instante, porque la energía en el aire cambió. Se tensó.Era como si un espíritu maligno se hubiera apoderado del lugar, porque incluso la música
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De todo esto te perdiste, idi**ota
EMILIAMe quedé en silencio.Sus palabras seguían flotando en el aire como humo espeso, envolviéndome, asfixiándome. “Jamás te he sido infiel”, había dicho, con esa voz ronca y temblorosa que no conocía de él. No como esposo. No como hombre, sino como alguien comprometido a. . . ¿Amarme?Sus caderas presionaban las mías, y su ere**cción hablaba de todo lo que había callado por años. Me deseaba, podía sentirlo, y mi cuerpo gritaba tan fuerte por él, que sentí la tela de mi tanga húmeda. Era como un secreto maldito que me había estado guardando. Sus ojos me atravesaban como cuchillas, y su cuerpo era un incendio contenido.Pero yo ya me había quemado. Y sabía lo que dolía.Mi corazón latía con una fuerza brutal. Mi cuerpo lo deseaba. ¡Maldita sea, lo deseaba! Lo miré a los ojos, por primera vez, de cerca. Me armé de valor y lo atraje hacia mí rodeándolo con mis brazos para plantarle un beso. Esta vez era yo la de la iniciativa. No lo hice por deber. Devoré su boca por furia, con un sal
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Maldito vestido
EMILIALa noche se sentía pesada, como si la ciudad misma cargara con mis emociones. Salí del bar sin rumbo fijo, con el corazón latiendo a contratiempo y las mejillas calientes por más de una razón. El viento nocturno me golpeó el rostro, pero no me alivió. Solo me hizo sentir más viva y más rota. Me sentía de todas las maneras contradictorias después del encuentro con Brandon. — ¡Emi! —Escuché la voz de Leo antes de verlo.Me giré justo cuando él y Tony salían del bar detrás de mí. Me había olvidado de ellos. Al verlos, no me contuve. Eché a correr hacia Leo como si fuera un refugio. Me abrazó con fuerza y, en cuanto sentí el calor de su cuerpo, me quebré.Las lágrimas cayeron sin permiso. Lo abracé con desesperación, aferrándome a él como si pudiera salvarme de mí misma.— Shhh, tranquila, mi amor, aquí estamos —. Leo me acarició la espalda, mientras Tony activaba el auto con el botón automático.— Suban, ya —dijo Tony desde la puerta abierta—. Vamos, que esto no se habla en la ca
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Esposo inútil
BRANDON Decirle la verdad a Emilia era destruirle la vida, y era una de las razones por las cuales había guardado silencio durante todos estos años. Actué con indiferencia con ella, porque entre más tiempo pasaba con ella, más veía lo increíble que era. No era alguien que podía tomar a la ligera, como en un principio pensé.Sin embargo, aquí estaba en su departamento con más preguntas que respuestas. — No es algo que pueda hablar a la ligera, Emilia —. Me rasqué la cabeza tratando de seleccionar mis palabras—. Las cosas entre tú y yo son más complicadas de lo que parecen. Me paseé de un lado a otro para tranquilizar los nervios que sentía. — ¿Qué es lo que me estás ocultando, Brandon? ¿Por qué tanto misterio? ¿Por qué tratarme así durante tantos años. . .?No podía escucharla, no de esta manera, no en estas circunstancias. — ¿Tú crees que yo quise esto? ¿Crees que me sentí bien ignorándote y no llegando a un hogar que tú con mucho esmero había tratado de que fuera cálido? —La inte
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La segunda
EMILIASentir los labios de Brandon sobre los míos, fue diferente esta vez. No era posesivo. Era como una especie de alabanza personal que hizo que todo mi cuerpo se estremeciera. Me besó como si sus labios fueran una confesión secreta. Como si su lengua pudiera contarme todo lo que su voz callaba. Y yo lo dejé. No era por debilidad, ni tampoco nostalgia, o un simple intento de retenerlo. No, esto era algo que iba mucho más allá. Lo dejé porque lo deseaba, porque después de años de silencio, de noches frías, de miradas vacías, su cuerpo hablaba con un idioma que al fin entendía: el deseo desgarrado. La culpa, la necesidad, y también algo más, algo que me rompía por dentro: verdad. Sus manos no eran las mismas que me habían ignorado durante cinco años. No eran frías, no eran distantes. Ahora me tocaban como si cada curva de mi cuerpo fuera un mapa hacia su perdón, como si quisieran mostrarme que nunca fui invisible, aunque lo haya sentido así durante tanto tiempo.Bajó una de sus mano
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Amanecer
BRANDONHacerle el amor a Emilia fue el mayor placer que había tenido en mi vida. Me había lamentado no traer más preservativos, pero la verdad era que no los había utilizado desde el momento en que supe que me iba a casar con ella.La habitación estaba en silencio y ella estaba en mis brazos, dormida, como siempre debió haber sido durante todos estos años. Solo el sonido de su respiración pausada llenaba el espacio, como una sinfonía íntima que no merecía escuchar. Estaba desnuda, envuelta entre las sábanas revueltas de su cama, con el cabello esparcido sobre la almohada como una corona. La luna se colaba por las cortinas, iluminando su piel como si hasta el universo supiera qué estaba hecha para ser adorada.Y yo la había ignorado.Cinco años. Cinco malditos años desperdiciando cada parte de ella que hoy no podía dejar de mirar. Su espalda subía y bajaba con cada exhalación tranquila, mientras mis dedos, temblorosos, la acariciaban con la devoción de quien sabe que no va a poder hac
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