EMILIA
Estar bajo la mirada de mis dos mejores amigos, a los que nunca les había contado sobre mi nula actividad se**xual, fue de las cosas más embarazosas por las que estaba atravesando, pues me daba vergüenza admitir que nunca había visto a Brandon ni siquiera en calzones.
— Em, creo que nos debes una explicación. O sea, ¿no te tronó el cacahuatito? —Leo alzó las cejas, con curiosidad.
— ¡No, no, no! —Exclamé, entre risas nerviosas, intentando zafarme del interrogatorio al que me tenían sometida Leo y Tony. Estábamos en el comedor de mi departamento, con las tazas de café a medio terminar y sus miradas afiladas como cuchillos de chef profesional, listas para filetear salchicha.
— ¡Pero cómo que no te lo tiraste, mujer! —. Gritó Tony, escandalizado, dejando caer su tenedor como si acabara de presenciar una tragedia griega. Madre mía, a este paso y con este escándalo todo el edificio se terminaría enterando de mi vida privada— ¿Nunca, nunca, nunca te regó la florecita ese desgraciado