BRANDON
Hacerle el amor a Emilia fue el mayor placer que había tenido en mi vida. Me había lamentado no traer más preservativos, pero la verdad era que no los había utilizado desde el momento en que supe que me iba a casar con ella.
La habitación estaba en silencio y ella estaba en mis brazos, dormida, como siempre debió haber sido durante todos estos años.
Solo el sonido de su respiración pausada llenaba el espacio, como una sinfonía íntima que no merecía escuchar. Estaba desnuda, envuelta entre las sábanas revueltas de su cama, con el cabello esparcido sobre la almohada como una corona. La luna se colaba por las cortinas, iluminando su piel como si hasta el universo supiera qué estaba hecha para ser adorada.
Y yo la había ignorado.
Cinco años. Cinco malditos años desperdiciando cada parte de ella que hoy no podía dejar de mirar. Su espalda subía y bajaba con cada exhalación tranquila, mientras mis dedos, temblorosos, la acariciaban con la devoción de quien sabe que no va a poder hac