Ella titubea, busca una defensa con la boca seca.Yo respiro hondo, siento la sangre en las sienes y la mirada de Nikolaus, firme y protectora, a mi lado. La sala vibra de tensión; el aire huele a perfume caro y a miedo. Y yo me mantengo erguida, porque no hay lugar ahora para titubeos: mi hijo está herido, y nada ni nadie tendrá permiso para hacerlo sufrir en mi presencia.—Pero Adán… no es… digo la verdad.—Pide perdón, ahora. —la voz de Adán retumba, firme, cortante, dejando claro que no hay margen de discusión—. No eres nadie para juzgar la maternidad o paternidad de alguien más.Victoria retrocede, y su sonrisa se derrite en un rubor evidente. Sus mejillas se tiñen de rojo, y el peso de todas las miradas la aplasta. Por primera vez, alguien ajeno a mi nueva familia la coloca en su sitio.Observo cómo su arrogancia se desploma lentamente bajo la mirada severa de Adán, y por un instante, no puedo evitar sentir un pequeño alivio mezclado con sorpresa. En el pasado, yo habría tenido
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