—¡Suéltame, suéltame, suéltame! —grito, incorporándome de golpe sobre la cama del hospital.Abro los ojos, jadeando, y me encuentro con la mirada preocupada del alemán, que se acerca con rapidez.—¿Estás bien? ¿Te duele algo? —pregunta con urgencia, examinándome con los ojos. Ya va camino al timbre para llamar al doctor, pero lo detengo.—¿Adán estuvo aquí...? —pregunto, con la voz aún temblorosa, siento incluso los temblores de mi cuerpo—. Mientras tú no estabas.—No, Eva —responde al instante, serio, sin soltarme la mano—. No estuvo. ¿Qué pasó?Se sienta a mi lado y entrelaza mis dedos entre los suyos, con firmeza y calma.—Tuve una pesadilla —murmuro finalmente—. Adán descubría que le mentí… que no había perdido al bebé. Quería obligarme a quedarme… no me dejaba ir. Fue tan real…Sollozo sin poder evitarlo. Entonces él me abraza, fuerte, pero con cuidado, y me escondo entre sus brazos como solía hacerlo con el abuelo. Me aferro a ese refugio que él representa, mientras escucho su re
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