La habitación seguía siendo un santuario de sombras. Las plantas alrededor del hogar hacía tiempo que se habían marchitado. No quedaba más verdor que el que los recuerdos podían ofrecer, y aún así, dentro de aquella habitación todo lo que existía parecía latir con un ritmo triste, pesado, como si el tiempo mismo se negara a avanzar.Somali llevaba semanas en cama. Respiraba, vivía, pero apenas. Dormía la mayor parte del día, y cuando despertaba, lo hacía solo por instantes, con los párpados temblando y los labios secos pronunciando palabras poco audibles. Su cuerpo, antes fuerte, ágil, luminoso, era ahora una figura frágil tendida sobre un lecho que parecía demasiado vasto para ella.Y sin embargo, esa tarde, algo distinto ocurrió.Dorian, sentado como siempre a su lado, le acariciaba con suavidad la palma de la mano, como quien desea retener el calor que amenaza con irse. Su frente estaba inclinada y los ojos perdidos en los pliegues de las sábanas. El miedo le había tomado la gargan
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