Al escuchar lo que decía el secretario Javier, Alejandro se quedó un momento perplejo.¿De verdad había pasado algo así?No lo recordaba en absoluto.Y no porque tuviera mala memoria, sino porque, sencillamente, nunca le había prestado atención a Sofía.Nunca se fijó en lo que ella hacía por él.Y ahora que escuchaba esas palabras en boca de otro, le costaba creer lo injusto —lo cruel— que había sido con ella.—Señor Rivera, si la señorita Valdés está molesta… es más que comprensible.Después de todo, ¿quién quiere ver su cariño pisoteado por la persona que ama?Incluso el secretario lo sabía: Sofía no cenaba. Pero él, su prometido, nunca se había enterado.Alejandro frunció el ceño. El apetito, que ya era escaso, desapareció por completo.Se puso de pie, y al ver esto, Javier se dispuso a seguirlo, pero Alejandro lo detuvo con una orden directa:—El trabajo de esta noche se pospone. Puedes irte.—Sí, señor Rivera.Alejandro subió las escaleras sin más.Al llegar, vio a Sofía dentro de
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