100. Así como ella es la mía.
El amanecer tiñe el cielo de rojo, como si el mundo estuviera manchado de la misma sangre que cubre mis manos. Rita está a mi lado, su respiración entrecortada, su piel fría por el viento de la madrugada. Me observa en silencio, esperando que yo diga algo, que le dé una dirección, un camino.Pero la verdad es que no tengo uno.Solo sé que no hemos terminado.Natan sigue vivo.Lo siento en los huesos, en la forma en que la brisa se arrastra por mi espalda, en la presión en mi pecho que no desaparece. No sé dónde está, no sé cómo nos encontrará, pero sé que lo hará.Y esta vez, no pienso dejarlo con vida.—Tenemos que movernos —digo, mi voz áspera.Rita no pregunta a dónde. No hay un destino claro. Solo sabemos que no podemos quedarnos aquí, rodeados de cuerpos y ruinas.Empezamos a caminar.Cada paso me pesa. No he dormido en días, mis heridas están abiertas, la fiebre arde en mi piel. Pero sigo avanzando. Rita también. La sostengo cuando tropieza, y ella me sostiene cuando mis piernas
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