Capítulo: Lo que no se diceLa mañana se abría con la tibieza de un sol amable y el aire perfumado por los naranjos del barrio. Elsa caminaba por la vereda de siempre, con una bolsita de tela colgando del brazo, camino al mercado, como cada lunes después de la boda de su hijo. Aunque la fiesta había quedado atrás, en su corazón todavía danzaban los ecos de los abrazos, los aplausos, y la risa de Alejandro mientras la invitaba a bailar.Cruzando la calle, a pocos metros de la placita frente a la casa de Alejandra, vio una figura conocida. Eduardo Altamirano estaba sentado en uno de los bancos, encorvado, con el celular entre las manos y el ceño apretado como si cargara un peso invisible. Elsa lo reconoció de inmediato.—¡Eduardo! —dijo, con una sonrisa amable mientras se acercaba.Él alzó la mirada y trató de sonreír, pero su gesto fue apenas una curva tensa.—Hola, Elsa. Tanto tiempo.—Estás distinto... ¿Te pasa algo?—No, no, cosas de la vida —dijo, bajando la mirada—. Me alegra vert
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