Por otra parte, mientras Gabriel estaba con una crisis en el hospital, su hermano menor andaba como mariposa libre buscando a la mujer que le gustaba. Él no podía evitarlo. La extrañaba. Así que, esa misma tarde, mientras la crisis de la mujer perdida surgía en el hospital, él se plantó frente a la puerta de Penélope, su corazón latiendo con fuerza. Cuando ella abrió, la atrajo hacia él, sus labios chocando en un beso apasionado. La química entre ellos era innegable.— ¿Qué haces? ¿Qué sucede? — preguntó en silencio, pero obviamente él no comprendería.— Eres hermosa. Me he vuelto adicto a ti — dijo, deteniéndose unos segundos para admirarla —. No puedo parar, Penélope. No puedo hacerlo.Entonces, volvió a besarla, y de allí pasó al cuello, sus manos acariciando sus pechos redondos y perfectos, su piel blanca, su cabello como el fuego. Ella era candente, atrevida y santa. Todo en uno.Se lanzaron a la cama, dejándose llevar por el momento. Las caricias eran urgentes, los susurros de Ga
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