Dante salió del club con el ceño fruncido, el rostro cubierto por la sombra del su aura. La tarde era húmeda, el aire denso, cargado de una tensión que no se podía ignorar. No dijo nada al principio, simplemente caminó entre sus hombres, todos armados, todos atentos, como perros entrenados esperando la señal de su amo. Se detuvo junto a las camionetas negras que aguardaban en fila, encendidas, con el ronroneo de los motores listos para avanzar.—Suban a las camionetas. —La orden salió de su boca como un disparo seco. Los hombres reaccionaron al instante, sin titubeos. En segundos, las puertas se abrieron, los cuerpos se acomodaron y las armas se aseguraron en sus lugares.—Nos vamos al club del lado este, al club de Lucio. —agregó Dante mientras subía a la camioneta principal junto a Alonzo, que lo miraba de reojo, sabiendo que lo que venía no sería nada limpio.Las camionetas arrancaron, una detrás de la otra, deslizándose por las calles como un enjambre oscuro. No había necesidad d
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