SILVANO DE SANTISParís no era nada sin ella.Podía tener la Torre Eiffel, las luces, el Sena y todos los museos del mundo, pero si Anny no estaba a mi lado, no significaba nada.La observé mientras caminaba delante de mí por el Louvre, con esa forma distraída pero intensa de ver las cosas. Su cabello brillaba bajo la luz suave del museo, y sus ojos miel se detenían en cada trazo de pintura como si pudiera leerle el alma al artista.Tenía esa capacidad.De ver lo que los demás no veían. De encontrar belleza donde el mundo ya había dejado de mirar.Y yo... yo ya no era el mismo desde que la besé por primera vez. Todo en mí cambió. Y lo sabía. No podía —ni quería— volver atrás.—¿Qué te parece esta pintura? —le pregunté, deteniéndome frente a “Las bodas de Caná”.Ella se giró, y su sonrisa me atravesó. Tenía ese poder, sin saberlo.—Es perfecta —susurró.Yo no dije nada. Solo apreté su mano un poco más fuerte. Pensé en lo que me costaba tenerla cerca. En todo lo que había hecho para man
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