—Iré con ustedes, pero, por favor, no me coloquen las esposas. No quiero que mis padres y mi familia me vean así —suplicó Victoria.—No estás en condiciones de pedir nada, Caballero. —El oficial hizo una pausa y, tras mirarla con cierta compasión, añadió—: Está bien, no te esposaremos, pero estarás custodiada en todo momento.Rebeca, al ver que se llevaban a su amiga, rompió en llanto. Estaba desconsolada, pero también aterrada: si Victoria hablaba, ella podría ir a prisión de inmediato. Se acercó y la abrazó, susurrándole al oído:—Amiga, por favor... sabes que tengo a mi hijo y... no te había contado, pero estoy embarazada otra vez. Así que, te lo ruego, no digas nada.Victoria la abrazó con fuerza. No tenía pensado culpar a su amiga... al menos no por ahora.La salida de Victoria de la empresa, escoltada como una delincuente, dejó a todos atónitos. El chisme corrió como pólvora. La noticia de que había sido responsable del accidente que causó la muerte de la esposa del doctor André
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