Brenda observaba a Andrés tomar una ducha mientras la ira la cegaba. Desde el apartamento contiguo, los había visto: a Victoria y a Andrés, entregados como si el mundo fuera a acabarse. Deseaba destruirlos a ambos. Andrés ya no quería nada con ella, y ahora había puesto los ojos en Victoria. Se suponía que la despreciaba por no cumplir con su estándar de belleza... ¡y ahora resulta que le gustaba! Hasta se habían acostado.
La cena estaba servida en casa de los Castillo. Andrés fue el primero en acudir a la mesa, impulsado por el hambre. Después de comer pensaba llamar a Victoria, si ella se dignaba a contestarle.
La cena transcurría en una tensa calma. Sin embargo, la intranquilidad de Daniel era evidente y comenzaba a incomodar al resto de la familia, que intentaba, sin éxito, comunicarse con Victoria.
—¿Qué sucede, hijo? —preguntó su madre.
—Mamá, es Victoria. Nunca me contesta las llamadas, siempre está ocupada y ya ni siquiera nos vemos —respondió Daniel con molestia.
—¡Esa mujer