Brenda observaba a Andrés tomar una ducha mientras la ira la cegaba. Desde el apartamento contiguo, los había visto: a Victoria y a Andrés, entregados como si el mundo fuera a acabarse. Deseaba destruirlos a ambos. Andrés ya no quería nada con ella, y ahora había puesto los ojos en Victoria. Se suponía que la despreciaba por no cumplir con su estándar de belleza... ¡y ahora resulta que le gustaba! Hasta se habían acostado.La cena estaba servida en casa de los Castillo. Andrés fue el primero en acudir a la mesa, impulsado por el hambre. Después de comer pensaba llamar a Victoria, si ella se dignaba a contestarle.La cena transcurría en una tensa calma. Sin embargo, la intranquilidad de Daniel era evidente y comenzaba a incomodar al resto de la familia, que intentaba, sin éxito, comunicarse con Victoria.—¿Qué sucede, hijo? —preguntó su madre.—Mamá, es Victoria. Nunca me contesta las llamadas, siempre está ocupada y ya ni siquiera nos vemos —respondió Daniel con molestia.—¡Esa mujer
Mi hermana Isabel, estresada como si le debieran tres quincenas y de pésimo humor, me soltó que en el apartamento de Antonio se había metido una supuesta hija de él, armó un zafarrancho épico y terminó echada como perro callejero en mercado. Para colmo, la muchacha ni siquiera era hija de Antonio. Yo ya le advertí a Isabel que había puesto la respectiva denuncia ante la policía por invasión de morada ajena, pero la culpa no era solo de la intrusa: el vigilante y todo el personal de turno se ganaron su despido por bobos y por medio dormidos. Al menos hubo algo de justicia poética.Mientras tanto, Andrés, muy serio en apariencia pero con un demonio travieso en la cabeza, recordó que Victoria había dejado lavando las sábanas y, de paso, casi vació media bolsa de detergente en la lavadora como si estuviera haciendo una ofrenda a los dioses del aseo. El resultado: un desastre monumental.Con la culpa pesándole apenas un poquito —porque Andrés tenía más alma de cómplice que de mártir—, deci
Daniel estaba en el estudio con una botella de whisky en la mano. Su madre, preocupada, lo observaba desde la puerta. En los últimos días, Daniel no hacía más que beber y discutir con todos en la casa.—Hijo, ¿qué sucede contigo? Últimamente te veo de mal humor y muy pensativo —preguntó ella, con tono preocupado.—Problemas, mamá. Nunca faltan —respondió él, sin mirarla.—¿Es por esa chica, Victoria?—Sí... —admitió, apretando la mandíbula—. Siento que no me ama. Solo me está utilizando. Y para colmo, Andrés no pierde oportunidad de acercarse a ella.—Pienso que podrías irte con ella unos días fuera del país, para celebrar la luna de miel... si es que están casados —sugirió su madre, midiendo sus palabras.—Estamos casados, mamá. Pero ni tú me crees... —dijo Daniel, amargado—. Ella es una interesada. Solo le importa el dinero.—Y eso del papá millonario, ya sabes que son puras mentiras. Si dices que solo le interesa tu dinero y ya le diste suficiente, haz que te pague de alguna manera
Andrés recibió una llamada en su móvil y decidió contestar. Era su abogado, quien se encontraba acompañado del fiscal encargado del caso sobre el fallecimiento de su esposa en un accidente automovilístico ocurrido varios años atrás.—Espérenme en mi oficina; iré en unos minutos.—Doctor Andrés, buenos días. Le informo que ya hemos localizado a la persona que conducía el auto, y hoy mismo será enviada a prisión.—Por fin... —respondió Andrés, con una mezcla de alivio y rabia—. ¿Cuántos años tuvieron que pasar para dar con esa persona?—Doctor, la conductora era menor de edad en ese entonces, y la justicia colombiana tiene sus limitaciones en este tipo de casos. Pero ya estamos cerrando este capítulo. Además, esta misma persona estuvo involucrada en el accidente que usted sufrió en las playas de Coveñas. No parece una simple casualidad.—Quiero estar informado de todo. —Andrés apretó el teléfono con fuerza, sintiendo hervir la sangre—. ¿Todos estos años y nunca me pregunté quién fue el
—Iré con ustedes, pero, por favor, no me coloquen las esposas. No quiero que mis padres y mi familia me vean así —suplicó Victoria.—No estás en condiciones de pedir nada, Caballero. —El oficial hizo una pausa y, tras mirarla con cierta compasión, añadió—: Está bien, no te esposaremos, pero estarás custodiada en todo momento.Rebeca, al ver que se llevaban a su amiga, rompió en llanto. Estaba desconsolada, pero también aterrada: si Victoria hablaba, ella podría ir a prisión de inmediato. Se acercó y la abrazó, susurrándole al oído:—Amiga, por favor... sabes que tengo a mi hijo y... no te había contado, pero estoy embarazada otra vez. Así que, te lo ruego, no digas nada.Victoria la abrazó con fuerza. No tenía pensado culpar a su amiga... al menos no por ahora.La salida de Victoria de la empresa, escoltada como una delincuente, dejó a todos atónitos. El chisme corrió como pólvora. La noticia de que había sido responsable del accidente que causó la muerte de la esposa del doctor André
La celda era estrecha, húmeda, y estaba impregnada del hedor a desesperanza. Compartir aquel espacio reducido con otras mujeres, cuyos rostros endurecidos y miradas frías reflejaban historias de violencia y resentimiento, la llenaba de temor. Se encogió en un rincón, como un animal herido, evitando cualquier contacto, físico o visual. No quería provocarlas… no quería destacar. La noche fue interminable. Desde su rincón, escuchaba los gritos, las discusiones, los golpes que retumbaban por los pasillos de la estación. Era un caos constante, una muestra cruda de lo que era vivir al margen de la ley.Mientras tanto, Andrés se presentó en la estación de policía con el ceño fruncido y el corazón tenso. Exigió hablar con la fiscal y todo el personal encargado del caso de Victoria. Durante horas discutieron a puerta cerrada, entre informes, evidencias y acusaciones. Finalmente, tras intensas negociaciones, lograron llegar a un acuerdo: la denuncia sería retirada. Victoria quedaría en libertad
La madre de Daniel, al verlo tan triste y de muy mal humor, decidió hablar con él. Tocó a la puerta del estudio donde se había quedado el día anterior y a esta hora de la tarde no había comido nada y no deseaba hablar con nadie. —Hijo, por favor, quiero hablar contigo. —Madre, no deseo hablar con nadie, por favor —respondió él. Pero su madre, sin prestar atención, ingresó a la oficina. Era lamentable el estado de su hijo: estaba sin bañarse, con una barba desarreglada y había muchas botellas de licor sobre el escritorio y en la alfombra; además estaba fumando más de lo normal.—¿Pero ¿qué es este desastre? —Mamá, no entiendo por qué Victoria no quiere estar conmigo; creo que le gusta el imbécil de Andrés. —No hables así de tu hermano; él no tiene la culpa de que muchas mujeres se enamoren de él. —¿Y de mí? ¿Quién se enamora? ¡¡Nadie!! ¡¡No hay una mujer a la que yo le guste!! Eso me llena de rabia y hace que quiera acabar con el mundo entero. —No digas eso. ¿Y qué ha pasad
Una visita inesperada en la casa de los Castillo había llegado: la fiscal Carmen, acompañada de su séquito de policías, asustó a la servidumbre y sorprendió a la familia, quienes se encontraban conversando sobre la finalización del caso de la muerte de Bella y él bebe en su vientre. El futuro que le esperaba a esta joven sería muchos años en prisión, algo con lo que Andrés no estaba de acuerdo. La fiscal llegó sin ser esperada por la familia y su presencia no era bienvenida entre ellos. La fiscal Carmen y Bella, la esposa de Andrés, eran hermanas. Su hermana, no había sido la mejor esposa para Andrés. Aunque ya habían hablado de separación, al momento del accidente decidieron darse un tiempo para reconsiderar su relación y ver si continuaban juntos o no. —Familia, ¿cómo están todos? __ Fiscal Carmen, usted tan elegante como siempre —dijo Marcela, la matrona de los Castillo. __Me alegra que por fin hayan atrapado a esa delincuente. —Mamá, Victoria no es una delincuente; eso f