La celda era estrecha, húmeda, y estaba impregnada del hedor a desesperanza. Compartir aquel espacio reducido con otras mujeres, cuyos rostros endurecidos y miradas frías reflejaban historias de violencia y resentimiento, la llenaba de temor. Se encogió en un rincón, como un animal herido, evitando cualquier contacto, físico o visual. No quería provocarlas… no quería destacar. La noche fue interminable. Desde su rincón, escuchaba los gritos, las discusiones, los golpes que retumbaban por los pasillos de la estación. Era un caos constante, una muestra cruda de lo que era vivir al margen de la ley.Mientras tanto, Andrés se presentó en la estación de policía con el ceño fruncido y el corazón tenso. Exigió hablar con la fiscal y todo el personal encargado del caso de Victoria. Durante horas discutieron a puerta cerrada, entre informes, evidencias y acusaciones. Finalmente, tras intensas negociaciones, lograron llegar a un acuerdo: la denuncia sería retirada. Victoria quedaría en libertad
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