Capítulo 160Un encuentro inesperado. A poco más de las ocho de la noche, el canal de noticias emitió en su tramo estelar la entrevista de Leonard Blackmond. Las primeras imágenes mostraron su rostro sereno ante las preguntas incisivas de Bruno Gandhi, pero en cuanto apareció la fotografía —el beso en la orilla con Camila— el semblante de Leonard se tornó rígido. La voz en off de la presentadora recalcó cada detalle de aquel instante: “¿Fue algo planeado, señor Blackmond?”, “¿Qué responsabilidad asume usted ante la posible fractura de su matrimonio?”.En menos de diez minutos, el hashtag #BlackmondGate ya encabezaba las tendencias en diferentes rincones de las redes sociales, circulaban los fotogramas congelados, con esa luz costera que hacía ver el beso casi poético y, al mismo tiempo, tan traicionero. Los comentarios iban de la crítica furibunda —“¡Destruyó su familia por un capricho!”— al morbo más descarado —“¿Quién diría que un magnate tan perfecto era tan volátil?”—. Los porta

Capítulo 162Amor verdadero.Leonard y Alessia caminaban descalzos por la orilla de la hermosa playa de Acapulco, dejando que la espuma tibia les acariciara los tobillos. Nadie hablaba: la melodía del oleaje bastaba para llenar sus sentidos. Lizzy, con una conchita de caracola en la mano, se detenía de vez en cuando para observar cómo una ola la arrastraba y la volvía a depositar en la arena, riendo cada vez que su pequeña creación se deshacía. Luna, a pocos metros, chapoteaba junto a Nadia en la pequeña piscina inflable que habían instalado bajo la palmera solo para ella, y sus carcajadas llegaban a los oídos de todos como un eco alegre.Alessia se detuvo, suspiró hondo y cerró los ojos un instante, sintiendo la brisa fresca deslizarse por su rostro; luego abrazó a Leonard por la cintura y apoyó la cabeza en su pecho. Él se quedó inmóvil, con los brazos suavemente rodeándola, notando el latido firme de su corazón bajo la piel.—Te ves… feliz —musitó ella, como si temiera romper la

Capítulo 164ChantajesA la misma hora, a cientos de kilómetros de distancia, Don Ricardo estaba en su despacho. Su celular sobre la mesa vibró con insistencia: era un número desconocido.—¿Sí? —respondió, con esa voz grave y a su vez desganada.—Ricardo —sonó la voz de Alana, su esposa, dulce y tensa al mismo tiempo—. Te necesito.Él frunció el ceño y se reclinó en el sillón de cuero.—¿Alana? ¿Qué sucede?—Es… complicado. Me has metido en un lío, Ricardo. Te pido que me ayudes a salir del país. No puedes negarte. Tengo documentos que… —vaciló—. Que te implican en asuntos que preferirías mantener en secreto.Don Ricardo sintió un escalofrío. Alana siempre había sido impetuosa, pero ¿hasta el punto de amenazarlo? Tomó el expediente que tenía delante y lo deslizó con disimulo hacia el suelo.—No empieces con eso ahora, Alana —dijo él con frialdad—. ¿Qué clase de pruebas tienes?—Pruebas de transferencias irregulares a cuentas offshore, de contratos ficticios en tu empresa —confesó ell

Capítulo 166El límite de lo insoportable.Han pasado más de veinte días desde que Anthony atrapó a Camila en aquel viejo apartamento de Manhattan. Tantos días de cadenas, frío, latigazos y hambre. Días en que el rostro de Camila se ha ido consumiendo: la piel, antes tersa, cuelga pálida; los pómulos afilados como cuchillas; los ojos, ahora hundidos en sombras, apenas conservan un brillo de vida.Esta mañana, Anthony abrió la ventana. No para confortarla, sino para variar el espectáculo: alzó la persiana al atardecer y le quitó el candado de la ventana. El aire helado se coló hacia la habitación. Camila, tumbada sobre la colcha raída, giró la cabeza con lentitud. Las esposas en los tobillos le recordaban cada paso dolorido. Aun así, inhaló el viento como si fuera un regalo. Él observó de pie, la espalda contra el marco, con los brazos cruzados:—Come un poco de fruta —dijo con voz cansada—. Te traje manzanas y uvas. También un poco de leche.El envío parecía un acto de caridad, pero

Capítulo 168Dos corazones, un solo latido. El alba despuntaba con timidez cuando, al cabo de cinco días interminables, la noticia definitiva llegó a todos los rincones de la ciudad: el Tribunal de Primera Instancia había fallado a favor de Leonard Blackmond y Alessia Davis. El consejero delegado de Blackmond & Asociados recibió el veredicto en su despacho privado, perfumado con el aroma amaderado de su escritorio de caoba y el leve incienso de sándalo que Alessia encendía cada mañana.Leonard alzó la vista del documento estampado con el sello oficial. Sintió cómo el pulso, que había martillado sus sienes durante toda la semana, por fin hallaba un latido sosegado.—¡Hemos ganado! —exclamó con voz firme, aunque contenía un temblor apenas perceptible de alivio—. Que alguien avise al mercado.Alessia estaba junto a la ventana, con el sol filtrándose sobre su cabello dorado y dibujando reflejos más claros en sus ondas. Al voltearse, el alivio inundó sus ojos.—Es el paso que tanto esper