Liam la observa, y en sus labios se dibuja una sonrisa que mezcla el deseo con el orgullo de saberla suya, al menos en ese instante eterno. Cada gemido que brota de la garganta de Amara; quebrado, urgente, involuntario. Es un himno que alimenta su pasión. Con manos que no vacilan, continúa adorando su cuerpo como si fuera un altar sagrado, donde cada caricia es un verso y cada estremecimiento, una respuesta divina.Las piernas de Amara comienzan a temblar, su cuerpo traiciona cualquier intento de control. Está al borde, suspendida entre el abismo del placer y la necesidad de caer. Su humedad, generosa y sin pudor, brota en cascada, marcando su entrega con una intensidad que empapa la piel, el aire, la atmósfera misma de la habitación. Es un lenguaje sin palabras, pero lleno de significados: un llamado a seguir, a no detenerse, a consumirse juntos en el fuego que han encendido.Los gemidos crecen, se tornan gritos contenidos, súplicas disfrazadas de respiración. Amara no puede más.
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