Carlos guarda silencio unos segundos, como si estuviera buscando las palabras justas. Como si lo que estuviera a punto de decirle pudiera cambiarlo todo. —Hija… sé que hemos hecho un trato. Que he prometido respetar tus decisiones. Pero hay algo que no puedo callarme más.–¿De que hablas padre?– Amara lo observa con el ceño fruncido, confundida. Carlos inspira hondo, como si necesitara prepararse para enfrentar una verdad dolorosa. —No estoy de acuerdo con que te cases con ese sujeto. Con Liam—Su voz es baja pero firme. —Ese hombre no te ama como mereces, Amara. Quizás ahora lo disimula bien, pero en sus ojos… en su forma de mirarte, de controlarte, de envolverte con palabras bonitas… solo veo interés. Ambición. Y una oscuridad que tú, ciega de amor, no alcanzas a ver.Amara abre los labios, pero no dice nada. Es como si un golpe invisible le hubiera arrebatado el aliento.—Él solo busca tu dinero. Tu apellido. Tu posición. Y lo peor… —Carlos traga saliva, con los ojos ardiendo—
La enfermera entra con paso apresurado, pero tratando de no parecer brusca. —Disculpen, ha llegado el final del horario de visitas. El paciente necesita descansar– Su voz se mantiene serena, aunque firme. Carlos asiente con una leve inclinación de cabeza, Amara se inclina hacia él, lo besa con ternura en la frente, y se obliga a no temblar. Pero apenas cruza la puerta, la máscara que tanto esfuerzo le costó sostener se desmorona.Sale casi corriendo, como si la habitación quemara. Como si cada palabra que escuchó dentro de esas paredes se le hubiera clavado en la piel.Apenas pone un pie en el pasillo, sus emociones la alcanzan con violencia. El aire parece más denso. El mundo gira lento.—Señorita Amara, ¿a dónde desea ir? —pregunta Liam, que la esperaba apoyado contra la pared, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Pero al verla… algo en su expresión se suaviza. Sus ojos, oscuros y expectantes, la recorren con inquietud.Ella levanta la mirada, pero no dice una palabra.
El camino hacia la cabaña transcurre en completo silencio, un silencio que se siente denso, casi opresivo, como si el aire mismo pesara sobre ellos. Cada bache en el camino parece golpear más fuerte en el pecho de Amara, que no puede dejar de pensar. Liam. Cristóbal. Su padre. La promesa. Las palabras se mezclan en su mente y se retuercen en su estómago. ¿Cómo puede amar a Liam y, al mismo tiempo, traicionarlo de esa manera? Es una mentira que la consume desde el interior, un veneno que la está matando lentamente. Pero sabe que no tiene opción. La promesa. La maldita promesa.Cuando finalmente llegan a la cabaña, Amara ni siquiera espera a que Liam le abra la puerta. Su cuerpo se mueve por inercia, sus pasos apresurados, descontrolados. No puede pensar. No puede sentir. Solo quiere escapar de todo. Se apoya contra la puerta con una mano temblorosa, introduce la llave y la gira con fuerza, como si eso la liberara de una prisión invisible. Al entrar, el aire parece más denso, como si l
Liam se incorpora ligeramente, la observa desde arriba como si contemplara algo sagrado, algo que ha deseado por tanto tiempo que ahora le parece irreal. Sus dedos tiemblan mientras descienden por su espalda, hasta encontrar el cierre del vestido. Con un gesto cargado de deseo contenido, lo desliza hacia abajo lentamente, desnudando su piel centímetro a centímetro, como si cada parte de ella mereciera ser descubierta con reverencia. Sus pechos, libres de la opresión del sostén, se alzan orgullosos, como dos montañas que desafían al cielo, invitándolo a perderse en su esplendor.Con manos temblorosas, casi en un gesto de adoración, él comienza a descender por su cuerpo, acariciándola con una devoción reverente, como un peregrino que recorre con lentitud el sendero hacia el templo sagrado del placer. Sus dedos rozan su piel con una mezcla de anhelo y respeto, como si cada rincón de su cuerpo fuera sagrado, como si estuviera a punto de revelar un secreto oculto entre sus curvas.Una a
Liam la observa, y en sus labios se dibuja una sonrisa que mezcla el deseo con el orgullo de saberla suya, al menos en ese instante eterno. Cada gemido que brota de la garganta de Amara; quebrado, urgente, involuntario. Es un himno que alimenta su pasión. Con manos que no vacilan, continúa adorando su cuerpo como si fuera un altar sagrado, donde cada caricia es un verso y cada estremecimiento, una respuesta divina.Las piernas de Amara comienzan a temblar, su cuerpo traiciona cualquier intento de control. Está al borde, suspendida entre el abismo del placer y la necesidad de caer. Su humedad, generosa y sin pudor, brota en cascada, marcando su entrega con una intensidad que empapa la piel, el aire, la atmósfera misma de la habitación. Es un lenguaje sin palabras, pero lleno de significados: un llamado a seguir, a no detenerse, a consumirse juntos en el fuego que han encendido.Los gemidos crecen, se tornan gritos contenidos, súplicas disfrazadas de respiración. Amara no puede más.
El alba se cuela suavemente entre las cortinas de lino, tiñendo la habitación con una luz ámbar, casi irreal. El aire huele a piel, a deseo consumado, a un tiempo suspendido entre dos latidos.Amara abre los ojos antes de que el sol termine de despuntar. Por un instante, solo uno, se permite contemplar el perfil dormido de Liam: su pecho subiendo y bajando con calma, la mandíbula relajada, los cabellos despeinados sobre la almohada. Luce en paz… y eso la desgarra por dentro.Con movimientos contenidos, como si temiera que el crujido de las sábanas delatara su traición, se desliza fuera de la cama. El frío de la madrugada le muerde la piel desnuda, como una advertencia. Se agacha en silencio, recogiendo su ropa esparcida como testigos mudos del descontrol de la noche anterior.Justo cuando alcanza su blusa, una voz ronca y cálida rompe la quietud: —¿Qué haces, hermosa…? —murmura Liam, medio dormido, con una sonrisa que aún arrastra los restos de los sueños. Estira el brazo hacia ell
–¿De verdad crees que esto fue un error? –pregunta Liam, con la incredulidad dibujada en cada línea de su rostro. Sus ojos, aún cargados de la noche que compartieron, buscan los de Amara con desesperación. –¿Eso es lo que significó para ti? ¿Un maldito error?– Su voz se quiebra al final, como si al decirlo lo estuviera confirmando para sí mismo. Como si estuviera dándole forma a una pesadilla que se niega a aceptar.Amara lo mira, pero su rostro es una máscara de frialdad ensayada. Por dentro, su alma se deshace en pedazos. Traga saliva con dificultad y respira hondo antes de hablar, como si cada palabra fuera un bisturí que supiera dónde cortar. –Sí… significa algo –dice al fin, con un hilo de voz que traiciona la emoción que intenta ocultar. Se queda unos segundos en silencio, mirando un punto fijo en el suelo, como si al no verlo pudiera protegerse del daño que está causando. Luego alza la mirada, clavándola en él con una determinación que no se siente, pero que necesita aparentar
Amara se encuentra atrapada en la habitación, la presión dentro de su pecho se convierte en un nudo insoportable. No sabe si su mente se siente más confundida o su corazón roto, pero no hay tiempo para dudar. No puede permitir que Liam la vea nuevamente vulnerable. No puede permitirse mostrar inseguridad. Las preguntas que se encienden en su mente la queman, pero aún así da vueltas de un lado a otro.. ¿Cómo va a enfrentarlo? ¿Qué puede decir después de todo lo que ha ocurrido? Él merece una explicación, pero ¿qué podría decirle que no sea una mentira aún más dolorosa? Amara lo sabe, lo siente en las entrañas: no hay vuelta atrás, solo un futuro incierto marcado por sus decisiones. Con el ceño fruncido, Amara se dirige al espejo y un reflejo distante la observa, alguien que ya no reconoce completamente. Pero no tiene tiempo para debilitarse ahora. Se toma un momento para colocar unos lentes de sol oscuros que ocultan sus ojos, esos ojos que delatan su angustia. Y coloca una máscara