El alba se cuela suavemente entre las cortinas de lino, tiñendo la habitación con una luz ámbar, casi irreal. El aire huele a piel, a deseo consumado, a un tiempo suspendido entre dos latidos.
Amara abre los ojos antes de que el sol termine de despuntar. Por un instante, solo uno, se permite contemplar el perfil dormido de Liam: su pecho subiendo y bajando con calma, la mandíbula relajada, los cabellos despeinados sobre la almohada. Luce en paz… y eso la desgarra por dentro.
Con movimientos contenidos, como si temiera que el crujido de las sábanas delatara su traición, se desliza fuera de la cama. El frío de la madrugada le muerde la piel desnuda, como una advertencia. Se agacha en silencio, recogiendo su ropa esparcida como testigos mudos del descontrol de la noche anterior.
Justo cuando alcanza su blusa, una voz ronca y cálida rompe la quietud: —¿Qué haces, hermosa…? —murmura Liam, medio dormido, con una sonrisa que aún arrastra los restos de los sueños. Estira el brazo hacia ell