ELAINEQuedarme en casa de Duncan no resultó tan incómodo como temía. Principalmente porque tuve que salir temprano para ir al trabajo esa mañana, y Duncan ya estaba levantado y había vestido a los niños para la escuela cuando entré a la cocina, vestida y tranquila, bebiendo café negro como si los últimos días no hubieran puesto nuestras vidas patas arriba. Me saludó con un gesto de cabeza cuando entré. —Buenos días... —Buenos días. Tengo que ir al hospital —dije, y eso fue todo. Sin conversaciones prolongadas sobre el acosador, sin disculpas incómodas ni agobios. Honestamente, fue un alivio. No quería pensar en el miedo, la violación de mi privacidad, el desastre que había en mi habitación o en el acosador. Para cuando llegué al hospital, parecía que la noticia ya había circulado. Pero, ¿qué esperaba? Este es un pueblo pequeño. Las enfermeras me ofrecían miradas de preocupación y cálidos toques en el hombro. Los pacientes preguntaban en voz baja si estaba bien. Incluso el conserje me
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