El vapor del té se elevaba en una danza lenta, perfumando el departamento con aroma a tilo y cáscara de naranja. Sophia se envolvía con el perfume que emanaba la taza, como si pudiera absorber un poco de calma y calor a través de la cerámica caliente. Llevaba el buzo viejo de la facultad, uno con el logo casi borrado, y unas calzas de algodón con bolitas. Las pantuflas de Stitch, viejas pero fieles, ya no le apretaban los talones como antes.En el sillón, con las piernas cruzadas como un gato y el pelo recogido en un rodete torcido, tejía al crochet una bufanda de hilo grueso color lavanda. No tenía idea de a quién se la iba a regalar. A nadie, probablemente. Era solo el ritual. El hilo, la aguja, el patrón, el ritmo. Hacer algo con las manos para no pensar con la cabeza.Rex dormía a sus pies, roncando suave. A veces, levantaba las orejas si ella murmuraba algo o si cambiaba de posición. Había sido su sombra desde la mudanza. Más fiel que cualquier humano.En la televisión, el notici
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