La sala de la finca Gallardo había recuperado una aparente calma. Sin embargo, el eco de las revelaciones seguía vibrando en las paredes, como si los retratos de los antepasados observaran atentos el curso que tomaría la sangre de su linaje. Sebastián y Giorgio analizaban los documentos que el agente del Consejo Internacional les había dejado. Isabella, en silencio, caminaba hacia el ala este de la casa, con una sola intención: hablar con su madre. Sienna la esperaba en la biblioteca, donde la luz cálida de una lámpara colgante iluminaba los tomos antiguos que el abuelo de Sebastián alguna vez había coleccionado. Allí, entre libros de genealogía, historia europea y tratados de seguridad internacional, se dibujaba el rostro demacrado de Sienna. —Mamá —dijo Isabella, con voz firme pero cargada de emoción—, ¿qué más sabes sobre los Von Heist? Sienna, con el rostro más envejecido por las revelaciones que por los años, suspiró.
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