Finalmente, había llegado el día: 14 de julio, la fecha que Charly había escogido para unir su vida —legal y religiosamente— a la de Chiara.
La mansión Moretti amaneció vestida de gala. El cielo, despejado como si hubiese sido acariciado por los ángeles, parecía haberse aliado con el destino para regalarles un día perfecto. En los jardines, una carpa de lino blanco ondeaba suavemente con la brisa cálida de primavera, decorada con hilos de luces doradas, peonías recién cortadas, jazmines en flor y glicinas colgantes que perfumaban el aire con notas dulces y nostálgicas, como un recuerdo feliz.
Los invitados comenzaban a llegar, sus rostros iluminados por la emoción contenida y el murmullo de expectativas. Don Marco, impecable con su bastón de ébano y el reloj de bolsillo restaurado colgando del chaleco de lino gris, saludaba a cada uno con una mezcla de orgullo y melancolía. Ese día no solo entregaba al hijo de su mejor amigo en matrimonio; también presenciaba cómo, a pesar de las heri