Ella cerró los ojos con cansancio:—Suéltame.Pero él no quiso aflojar el abrazo.—Luciana, si estás enojada, descárgalo conmigo; regáñame, lo que quieras. Pero no te lo quedes dentro, por favor.Se notaba su afán por complacerla, pero ella se mantuvo impasible.—Suelta… solo quiero recostarme un rato, no deseo hablar.—De acuerdo, yo te llevo.Con agilidad, Alejandro la alzó en brazos y la llevó hasta la cama, donde la depositó con cuidado. Pero no se apartó; se quedó a su lado, observándola.—¿Puedes salir, por favor? —murmuró ella, abriendo los ojos con fastidio.—Prefiero quedarme contigo.—Entonces no podré dormir —repuso Luciana—. No me concentro si estás aquí mirándome.Él entendió que lo estaba echando indirectamente y no supo cómo responder. Entonces, el timbre resonó. Era Amy, quien al ver que habían llegado, subió la cena. Alejandro no tuvo más remedio que ir a abrir, dándole a Luciana un instante de calma.Volvió al rato con la bandeja, pero se encontró con Luciana acostada
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