PIERO BERNARDIDe un brinco me lancé hacia Donna, evitando que cayera, la envolví en mis brazos y cuando tuve su rostro tan cerca del mío, de nuevo me encontré hipnotizado por su belleza. Siempre que la veía con tanta atención recordaba todas las veces que escuché del encanto de las latinas. Su piel de ese tono adorable, un moreno claro, sus cabellos castaños y sus ojos grandes. Tenía las medidas perfectas, unos pechos de buen tamaño, tal vez pequeños para mis manos, pero suaves y cálidos, una cintura estrecha y unas caderas de infarto, piernas largas y torneadas, que comenzaban con unos muslos carnosos, pero firmes, demostrándome que sus hazañas para obtener información la mantenían en forma, pese a esa delicada barriguita muestra de la comida callejera a la que debía recurrir. Sus pantorrillas, de la misma manera que el resto de sus piernas, eran firmes y ejercitadas, y culminaban en unos tobillos delgados y unos pies pequeños. ¿Cómo sabía todo eso? Bueno, había sido yo quien le q
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