DONNA CRUZ
Desperté sin saber si la visita al cementerio había sido real o no, pero por lo menos la cabeza ya no me daba vueltas. Cuando me di cuenta aún tenía el abrigo de Piero entre mis brazos y no pude evitar sonreír cuando olfateé un poco más la prenda. Olía delicioso y varonil. ¡Ese hombre era tan guapo que hacía que me derritiera!
Bueno, cuando todo esto acabara sabía que tendría un par de fantasías con él en mis sueños. Eso era lo que le quedaba a las chicas como yo. No era por demeritarme, pero sabía que Piero estaba en otra liga. Me planté frente al espejo y no vi nada extraordinario. No me consideraba fea, pero con mi estatura tampoco me sentía hermosa. Cuando se es tan bajita, una puede aspirar a verse «bonita», pero solo las altas de piernas torneadas, piel blanca y ojos claros son consideradas hermosas.
—Malditos estándares de belleza —refunfuñé mientras torcía los ojos y me alejaba del espejo.
—Señorita Cruz, que alegría ver que despertó —dijo una mujer entrada en año