Lo más desconcertante de todo era que Reinhardt no parecía, en absoluto, molesto. Era bien sabido que él no era un hombre dado a exteriorizar sus emociones, ni a través de su rostro ni mediante palabras precipitadas. Su semblante, siempre imperturbable, solía mantenerse ajeno a cualquier turbulencia interna, como si las pasiones humanas no lo alcanzaran del todo.Sin embargo, en ese instante, había algo en su mirada que hablaba en su lugar. Aunque su postura era serena, aunque sus gestos no traicionaban ni un atisbo de furia, Reinhardt parecía distinto, como si de pronto un enorme peso hubiese sido retirado de sus hombros. Se veía relajado, casi liberado, como un hombre que, tras soportar una carga insoportable, finalmente encuentra un respiro.—Escucha bien, Samuel Vargas —dijo, con su tono ni severo ni furioso, sino extrañamente tranquilo—. A pesar de que filtraste información vital sobre mí, datos esenciales que buscaban atraparme en momentos de vulnerabilidad... A pesar de que apr
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