Media hora después, la puerta de la habitación se abrió con un chirrido. El hombre que traía a la esposa de Samuel entró cargando el peso de la mujer sobre su hombro, como quien carga un saco de harina. Ella, atada de pies y manos, con los ojos vendados y la boca amordazada, soltaba gemidos ahogados de terror puro, retorciéndose en vano, incapaz de ver, de hablar o de defenderse.El tipo la dejó caer al suelo sin ningún cuidado, como si arrojara un objeto inservible. El golpe seco resonó en la habitación, haciendo eco del desprecio absoluto con el que era tratada.Samuel, que ya había sido atado a una silla y había sido amordazado de nuevo, se retorció violentamente al verla. Gritó contra la mordaza, soltando un gemido desesperado y desgarrador, teniendo sus ojos desorbitados de horror. Su cuerpo entero temblaba, luchando contra las cuerdas que lo mantenían prisionero. La esposa, vendada, seguía sollozando, encogida en el suelo como una criatura herida, sin saber dónde estaba ni qué
Reinhardt se paseó lentamente frente a Samuel, con su figura imponiéndose como una sombra en la habitación.—Esto también es una lección —declaró Reinhardt—. Una lección para todos aquellos que osen traicionarme. Es algo que tengo que hacer, que necesito hacer, y estoy encantado de hacerlo. Porque será muy entretenido.Se detuvo frente a Samuel, inclinando apenas la cabeza como si analizara una pieza defectuosa.—La verdad es que no puedo entenderlo —continuó—. ¿En qué estabas pensando? ¿De verdad pensaste que podías traicionarme y seguir llenándote los bolsillos a través de mí y de Zaid, durante meses, sin que me diera cuenta? ¿Creíste que nunca te iba a descubrir? ¿Que Zaid me mataría, y luego qué...? ¿Creíste que se adueñaría de mi imperio y te haría su mano derecha? —chistó con desdén—. Eres un ingenuo, Samuel. Zaid podrá ser un enfermo, un patán, una basura... —escupió cada palabra con desprecio—. Pero no es un tonto. Jamás te hubiese dejado vivir. Quizás, si la suerte estaba de
Jordan estaba sola en su habitación, con la mente ocupada con pensamientos que no podía disipar. Habían pasado ya varios días sin que viera a Reinhardt, y eso la inquietaba más de lo que le gustaría admitir.Normalmente, sus caminos se cruzaban con regularidad, ya fuera en los pasillos o en las horas nocturnas del cabaret, donde él se perdía entre las sombras del local, supervisando y controlando, siempre presente en la multitud. Pero ahora, todo parecía estar en silencio. No lo veía, no lo escuchaba. Había algo en su ausencia que la perturbaba.Con la incertidumbre aumentando, decidió preguntar a Charlie, aunque ya sabía que su respuesta probablemente no arrojaría mucha luz. Charlie, con su actitud habitual, le restó importancia, asegurándole que Reinhardt estaba ocupado con "sus propios asuntos" y que no era momento de preocuparse. Nadie más parecía tener información sobre él, y aquello solo aumentaba la inquietud que Jordan no podía quitarse.Poco después, Charlie se dirigió a la h
—¿Por qué me estás mostrando esto? —cuestionó Jordan a duras penas.—Para que sepas que ese hombre está aquí por ti, porque tú lo delataste. Tú me entregaste ese papel. Pero, me pregunto, ¿cuáles eran tus verdaderas intenciones al entregarme ese papel? ¿Demostrarme que me eres leal? ¿Demostrarme que no tienes ninguna intención de traicionarme, como lo hizo él?Las palabras de Reinhardt perforaron a Jordan como un recordatorio cruel de que, en su intento de ser leal, había condenado a otro ser humano a una vida de sufrimiento. Y mientras miraba el rostro destrozado de Samuel Vargas, ella no pudo evitar preguntarse si realmente había entendido las consecuencias de sus acciones, si alguna vez podría liberarse de esta culpa que había empezado a acecharla.Reinhardt observó a Jordan por un largo momento y sus ojos penetrantes no dejaban de escanearla, como si estuviera tratando de descifrar la verdad oculta detrás de cada una de sus acciones. Finalmente, rompió el silencio con una voz fría
Jordan miró a Reinhardt, con los ojos empañados por las lágrimas que ya no podía contener, y su voz, quebrada, salió con la firmeza que le sorprendió incluso a ella misma.—Ya entiendo lo que intentas hacer —dijo, tragando con dificultad—. No estás buscando torturarme físicamente, no es eso lo que quieres. Quieres destruirme desde adentro, ¿verdad? Aquí —continuó, señalándose la sien con un dedo—. Quieres que esto me destripe, que me atormente hasta que ya no pueda descansar, que todas mis noches sean pesadillas en las que reviva esta imagen, que me sienta culpable por lo que le pasó a este hombre, y que imagine lo que habría pasado conmigo. ¿Iba a ser capaz de resistir? ¿Iba a soportar lo que tú me hubieras hecho?Su mirada se volvió más intensa, pero no de rabia, sino de una tristeza profunda.—Reinhardt, estás tratando de quebrarme la mente, ¿no es así? Tratas de que pierda el control, que pierda la razón... Pero, ¿sabes qué? No tienes que hacer nada para eso. Porque ya no tengo co
Jordan avanzó por el corredor como un vendaval, arrastrando su enojo como un manto pesado que le encorvaba los hombros. Cada paso era un latido más de la furia que le palpitaba en las sienes, cada respiro era un esfuerzo por no estallar. Le ardían los ojos, todavía empañados por las lágrimas que se negaban a secarse del todo. La escena que Reinhardt le había obligado a presenciar se repetía en su mente como un eco cruel: un cuerpo inerte, atado a una silla, deshecho en vida por una tortura prolongada. Un espectáculo grotesco que Reinhardt, en su enfermiza necesidad de control, le había mostrado sin titubeos.Con los labios apretados y las manos crispadas a los costados, Jordan llegó a su habitación. La puerta no fue abierta: fue prácticamente arrojada contra la pared, resonando con un golpe seco que hizo vibrar el marco.—¡Ay, por Dios! —exclamó una voz femenina, temblorosa—. ¡Jordan, casi me matas del susto!La voz la sacudió. Jordan, aún en la bruma de su rabia, levantó la vista y p
Jordan resopló, limpiándose de nuevo la nariz con un ademán torpe y lleno de molestia.—Tampoco tienes que decirlo así —murmuró, sintiendo cómo el pudor y la amargura se entrelazaban dentro de su pecho.Pero Simone no retrocedió ni suavizó su postura; al contrario, su voz sonó aún más segura.—Pero es la verdad —insistió—. Tú lo quieres. Tú quieres a Reinhardt.Jordan volvió a secarse la nariz, haciendo un gesto cansado, como si incluso la simple acción de enfrentarlo en palabras la desgastara.—Sí, tal vez... pero ya no importa. Reinhardt no me cree, y yo estoy cansada de todo esto.Las últimas palabras escaparon de sus labios como un lamento, una confesión de derrota que le pesaba hasta en los huesos.Simone frunció el ceño, acercándose aún más, como si se negara a permitir que Jordan se hundiera en ese abismo sin antes luchar.—¿Qué? —exclamó, casi indignada—. ¿Estás pensando en rendirte con tanta facilidad? ¿Apenas te tropiezas con un obstáculo y ya quieres echarte para atrás?Jor
Él solamente está enojado, Jordan. Eso es todo —añadió Simone—. Pero cuando se le pase, te aseguro que caerá rendido a tus pies. Y entonces, tú serás lo más importante en su vida. Bueno, de hecho ya lo eres.Jordan, con las mejillas todavía húmedas, alzó los ojos con un destello de esperanza que temía abrazar por completo.—Tienes que ganarte una posición al lado de Reinhardt —Simone pronunció su nombre con el respeto y el peso que implicaba—. Gánate su deseo primero, y después su confianza. La confianza, Jordan, te tomará tiempo. Es lenta, complicada... a veces dolorosa de construir. Pero el deseo... el deseo es mucho más rápido. Porque uno no necesita pensarlo demasiado cuando se trata de deseo. No tienes que darle tantas vueltas. No tienes que enfrentarte a los fantasmas de la traición ni a los miedos del pasado. Si puedes cautivarlo de nuevo, como ya lo hiciste antes sin siquiera proponértelo, entonces tendrás otra oportunidad. Conviértete en la señora de esta organización. Quédat