POV de AdrianaDesperté con la sensación de que algo me faltaba. No físicamente. Estaba él ahí, su brazo pesado sobre mi cintura, su respiración acompasada rozando la parte trasera de mi cuello. Pero aun así, dentro de mí, había una grieta que no se terminaba de cerrar.Diego se había quedado. Había hablado. Se había abierto. Pero yo no era estúpida. Sabía que un discurso bonito no solucionaba semanas de distancia, silencios y heridas que todavía dolían.Me moví lentamente, con cuidado de no despertarlo. Quería un momento a solas, para pensar. Para respirar.En la cocina, el café burbujeaba en la cafetera mientras apoyaba la frente contra el frío del refrigerador. No podía mentirme: todavía lo amaba. Y, justamente por eso, todo dolía más. Porque cuando uno ama con todas sus fuerzas, también duele con intensidad devastadora.—¿Estás enojada otra vez? —preguntó su voz, ronca, desde el marco de la puerta.—No —respondí, sin girarme.—¿Entonces?—Estoy cansada, Diego. Eso es todo.—Lo sé.
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