POV de DIEGOAdriana no lo dijo con palabras, pero la vi irse apagando a medida que avanzaba la noche.Cada vez que alguien del pasado se acercaba, notaba cómo sus hombros se encogían levemente, cómo su mano en la mía aflojaba apenas el agarre. Son detalles que alguien más podría ignorar, pero no yo. No desde que la conocí, no desde que me di cuenta de lo mucho que me importaba.Y cuando me confesó, bajo las luces frías del balcón, que se sentía invisible… sentí un nudo en el pecho. Porque había sido tan estúpidamente inconsciente. Porque, sin querer, había permitido que esa noche se convirtiera en una exhibición de todo lo que ella no necesitaba.Ella no necesitaba ver mi pasado. Necesitaba saber que ella era mi presente.Y lo es. Lo ha sido desde hace tiempo. Más de lo que yo mismo quise aceptar al principio.A la mañana siguiente, la encontré en la cocina, con una taza de café entre las manos. Llevaba puesta mi camiseta, una de esas viejas que ya debería haber tirado. Tenía el pelo
POV de DiegoRegresar a la ciudad fue como despertarse bruscamente de un sueño cálido y envolvente. Mientras manejaba de regreso con Adriana dormida a mi lado, el ruido del tráfico, los mensajes acumulados en el teléfono y la vibración constante del mundo que habíamos dejado atrás me hicieron sentir como si la magia de aquel fin de semana comenzara a evaporarse.Adriana se removió ligeramente en el asiento, apoyando su mejilla en el vidrio de la ventana. Tenía la expresión tranquila, pero supe que en cuanto abriera los ojos, ella también sentiría lo mismo que yo: el peso de la realidad.Mi realidad.Una donde todo se mide por poder, influencia y reputación.Esa noche tenía una cena empresarial importante con inversionistas de Europa. No quería ir. Quería quedarme con ella, pedir comida, ver una película sin prestarle atención. Pero sabía que no podía evitarlo. Aún.—No tienes que venir si no quieres —le dije mientras nos cambiábamos para la noche.—¿Y dejarte solo con una docena de ti
POV de AdrianaNo sabía cuánto tiempo llevaba sentada en el borde de la cama, con la mirada fija en la mancha de humedad que había en el techo. Podía oír el tic-tac del reloj de la pared, pero no sentía el paso del tiempo. Solo había ese silencio espeso que me envolvía por dentro y por fuera.Diego no había aparecido desde aquella conversación. Me dijo que iba a intentarlo, que se abriría conmigo. Pero los días pasaban y su silencio gritaba más fuerte que cualquier promesa. Lo peor no era su ausencia física. Era sentirlo lejos incluso cuando estaba cerca.—¿Vas a seguir ahí toda la noche? —preguntó Lucía, mi mejor amiga, mientras entraba sin llamar, como siempre.Le lancé una mirada cansada, pero no respondí. Ella se acercó, se sentó a mi lado, y me dio un suave codazo en el brazo.—Estás pensando en él, ¿verdad?—¿En quién más pensaría?—En ti misma, tal vez. En lo que tú necesitas. —Suspiró—. Adriana, no puedes seguir dependiendo de cada paso que él da… o no da.Apoyé la cabeza en s
POV de DIEGOHay momentos en los que uno se da cuenta de que está al borde. No del abismo, no exactamente. Más bien en la línea fina donde una sola palabra puede cambiarlo todo. Donde un silencio pesa más que cualquier grito.Yo estaba ahí.La puerta se cerró tras Adriana con un golpe seco, uno que me retumbó en los huesos. No dijo nada más. No hubo un “nos vemos”, ni un “me llamas”. Solo el sonido de sus pasos alejándose por el pasillo y ese maldito portazo que me dejó solo con mis pensamientos… y mi culpa.Me quedé quieto, mirando la nada, con los puños apretados. Sentía las pulsaciones en la garganta, como si cada latido gritara su nombre. Pero no me moví. No la seguí. Porque no sabía si debía hacerlo o si solo empeoraría todo.Ella tenía razón.Había estado ausente. Cerrado. Con miedo.Y en mi interior, una parte muy jodida de mí me repetía que no la merecía. Que no podía darle lo que necesitaba. Que tarde o temprano, terminaría decepcionándola.Me fui al baño, me miré al espejo.
POV de AdrianaDesperté con la sensación de que algo me faltaba. No físicamente. Estaba él ahí, su brazo pesado sobre mi cintura, su respiración acompasada rozando la parte trasera de mi cuello. Pero aun así, dentro de mí, había una grieta que no se terminaba de cerrar.Diego se había quedado. Había hablado. Se había abierto. Pero yo no era estúpida. Sabía que un discurso bonito no solucionaba semanas de distancia, silencios y heridas que todavía dolían.Me moví lentamente, con cuidado de no despertarlo. Quería un momento a solas, para pensar. Para respirar.En la cocina, el café burbujeaba en la cafetera mientras apoyaba la frente contra el frío del refrigerador. No podía mentirme: todavía lo amaba. Y, justamente por eso, todo dolía más. Porque cuando uno ama con todas sus fuerzas, también duele con intensidad devastadora.—¿Estás enojada otra vez? —preguntó su voz, ronca, desde el marco de la puerta.—No —respondí, sin girarme.—¿Entonces?—Estoy cansada, Diego. Eso es todo.—Lo sé.
POV de DIEGONunca pensé que llegaríamos hasta este punto. No después de todo lo que hice mal. Pero verla ahí, con la carta de Madrid en la mano, los ojos brillando entre ilusión y miedo, me hizo entender algo: si no la dejaba volar, iba a perderla. Y no porque ella quisiera irse, sino porque yo no tendría nada más que ofrecerle.Ella lo tenía todo: coraje, talento, determinación. Y yo, solo intentaba poner mis piezas rotas juntas.Cuando le dije que fuera, que siguiera su sueño, no lo hice para que me viera como un héroe. Lo hice porque realmente creía que debía hacerlo. Aunque eso significara quedarme atrás. Aunque eso significara, tal vez, perderla.Pero entonces dijo que me elegía. Una vez más. Y todas las veces necesarias.¿Cómo se supone que uno vive después de eso?Esa noche, cuando se quedó dormida sobre mi pecho, con una de sus piernas enredada entre las mías y su mano abierta sobre mi costado, supe que no podía seguir a medio camino. Tenía que apostar por completo. Por nosot
POV de AdrianaNunca imaginé que Madrid pudiera sentirse tan ajeno.Y eso que lo había soñado durante años. Caminaba por sus calles con un mapa mental de cada rincón, cada café literario, cada teatro escondido. Pero ahora que estaba aquí, acompañada por el hombre al que amaba, todo parecía... más gris.Quizás era el invierno. Quizás era el miedo.Quizás era que, por primera vez, no podía esconderme detrás del anhelo.Porque ya estaba aquí. Y tenía que hacer que todo funcionara.Los primeros días fueron un caos organizado. La residencia temporal que nos ofrecieron era pequeña, con las paredes delgadas y una cocina diminuta. Diego intentaba mantener el ánimo con bromas y recetas improvisadas, pero yo lo veía luchar. El cambio lo golpeó más fuerte de lo que él quería admitir.Y yo tampoco lo estaba haciendo bien.Mi beca cubría parte de nuestros gastos, pero no todo. Diego enviaba currículums cada día, y yo sentía que cada respuesta negativa era un pequeño golpe a su orgullo. Nunca se qu
POV de DIEGOLas cosas habían empezado a tomar forma. Poco a poco, Madrid dejaba de sentirse como un campo de batalla constante y comenzaba a parecerse a algo cercano a un hogar. Mi trabajo en la pequeña editorial no era perfecto, pero me daba estructura, un sentido de utilidad. Y Adriana... ella brillaba. No de la forma ruidosa que muchos esperan, sino como una vela encendida en una habitación silenciosa. Constante. Serena. Vital.Pero incluso en los días tranquilos, mi corazón seguía habitado por una inquietud persistente. Porque sabía que la calma es frágil. Que bastaba un susurro del pasado para agrietarla.Ese susurro llegó en forma de mensaje."Diego, estoy en Madrid. Tenemos que hablar. Por favor."Claudia.No había visto ese nombre en meses. Años, si soy honesto conmigo mismo. Había bloqueado su contacto, pero ella encontró otra forma. Siempre lo hacía. Claudia no era el tipo de persona que aceptaba un no como respuesta.Me quedé mirando la pantalla, sintiendo un peso conocido