Quédate.
La noche dominaba Whispering Pines como un velo denso y silencioso. Las estrellas, tímidas, apenas se atrevían a brillar entre las nubes pesadas que se acumulaban en el cielo, y el bosque alrededor de la propiedad de los Dunne parecía contener la respiración. En la casa principal, todo estaba en calma: los sirvientes se habían retirado, las luces se habían apagado, e incluso los vientos que solían susurrar entre los árboles parecían temerosos de romper el silencio. Pero en el anexo, aislado del resto de la mansión, la oscuridad era más espesa, más pesada. Arabella estaba allí dentro, mantenida bajo constante vigilancia. Tres guardias se turnaban afuera, atentos, pero sin sospechar nada. Dentro, la traidora permanecía en silencio, sentada en el suelo de piedra fría, los cabellos pegados al rostro por la sangre seca y el sudor, los labios partidos y los ojos fijos en
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