Fuera de la cabaña, reinaba el caos. Mujeres corrían con niños, cargando bultos de ropa y comida. Lobos aullaban, y el sonido de ramas quebrándose en el bosque crecía. Valkirra, con la determinación de una madre, tiró de Phoenix por senderos estrechos, gritando:—¡Ulrich! ¿Dónde estás?Phoenix seguía, el corazón acelerado. Ulrich, el niño que se convertiría en el alfa cruel, pero también en el hombre que ella amaba, estaba allí, en algún lugar. Necesitaba encontrarlo, protegerlo, cambiar su destino. Pasaron por cabañas, donde familias se apresuraban hacia las cuevas. Valkirra se detuvo cerca de un arroyo, los ojos escudriñando la espesura.—Le gusta venir aquí —dijo, la voz temblando—. ¡Ulrich!Phoenix abrió la boca para gritar, pero un aullido gutural cortó el aire, seguido de gritos. El bosque explotó en movimiento —lobos grises, liderados por un alfa inmenso, surgieron, sus colmillos brillando. El ejército de Gray había llegado. Valkirra agarró a Phoenix, tirándola detrás de un árb
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