Capítulo ocho. Una pequeña venganza

¡Había firmado! ¡Se había convertido en la esposa del magnate y en la madre de Alejandro! Paula no podía creer que lo había hecho.

«No te dejó ninguna otra jodida elección», pensó la joven con desagrado.

Y era tan cierto, como el hecho de estar sentada en el cómodo y lujoso sillón del camarote que funcionaba como oficina en ese momento.

No había tenido elección, si la hubiese tenido, ella estaría muy lejos de aquí.

—Gracias, Diego, ahora déjame hablar a solas con mi esposa —ordenó Arturo.

«Esposa», la palabra casi le hizo ahogarse.

¡Estaba casado de nuevo!

—No hay nada que hablar —refutó Paula con enfado.

—Diego.

El hombre no esperó dos veces y salió del camarote, se dirigió a cubierta, rogando porque su amigo no embarrara más la situación con aquella pobre mujer.

Entre tanto, Paula observó a Arturo sin dejarse amedrentar, no iba a temer, lo peor ya se lo había hecho…

—Me gustaría que aceptaras cambiarte el nombre —dijo, mientras se apoyaba contra la mesa.

Paula lo miró como si fuese
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