CAPITULO 8. Tierra a la vista

El sol apenas parpadeaba entre nubes oscuras. Se había pasado toda la noche lloviendo, y ni Sammy ni Darío habían podido dormir bien. Estaban cansados, agotados y ateridos. Aunque aquel pedazo de avión les hacía de algo parecido a un techo, el aire de la tormenta había lanzado mucha lluvia en su dirección, así que los dos habían terminado empapados.

—¿Crees…? ¿Quién crees que nos haya hecho esto? —murmuró Sammy, metiéndose en la boca una pequeña masa de pescado asado.

Era raro desayunar con pescado, pero era mejor que no comer nada.

Darío bajó el suyo con un sorbo de agua y negó.

—No tengo idea, pero es evidente que no fue un accidente —respondió—. Dos hombres murieron con los mismos síntomas, probablemente envenenados. Y la realidad es que si a mí no me gustaran los deportes extremos, tú y yo estaríamos muertos también.

Sammy se encogió sobre sí misma. No había podido dejar de pensar en eso.

—Esto no fue para ellos, ¿verdad? —murmuró—. Fue para ti y para mí.

—O solo para uno de los
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