Capítulo 2

Siento un gruñido a mis espaldas. “Con un demonio, no tuve en cuanto el eco”. Al girarme para enfrentarme a mi oponente me paralizo. Frente a mí hay un lobo de casi dos metros observándome fijamente, sus orbes oscuros muestran un destello que hace a mi corazón palpitar como loco y su negro pelaje da la sensación de ser sedoso y suave. Estoy segura de que es un humano cambia forma, en pocas palabras… un licántropo, ningún lobo es tan grande.  

Doy dos pasos hacia atrás, llevo mi mano a mi pecho y presiono mi hoodie para tranquilizarme y contener al monstruo que rasguña mi interior pidiendo que lo libere. El animal se sienta sobre sus patas traseras; aun así, permanezco quieta al recordar las indicaciones que mi madre me había dado unos días atrás:

—Cuando deambules por el bosque, porque sé que lo harás, procura evitar a los miembros de la manada. Pero si te encuentras con uno de ellos comportarte como una adolescente “normal”. Nadie debe sospechar quién eres en verdad, esta es nuestra última oportunidad.

“Si me descubre todo se irá al diablo”. 

—Sé un buen chico y déjame ir ¿Sí? —intento que mi voz tiemble, como si estuviera asustada.

Un gruñido responde a mi comentario y me alejo unos cuantos pasos más, elevando mi brazo de mi pecho a mi rostro a manera de defensa, como cualquier humano haría en una situación así. Al ver mi actitud precavida él se tumba sobre sus patas delanteras inclinando la cabeza.

“¿Qué intentas decirme?”

—¿Ok? —relajo un poco mi postura y lo miro con sospecha. “Diablos, me merezco un Óscar”—. Me iré ahora y te dejaré en paz.

Apenas termino de hablar, él se pone de pie y comienza a avanzar en mi dirección.

“¡Mierda! Quédate donde estás… no me obligues”.

Su andar se detiene por completo a pocos metros de donde me encuentro, olfatea el aire elevando su nariz y su cola comienza a menearse con vigor, cual perro feliz por el regreso de su amo. Los minutos pasan y me quedo en silencio, intentando predecir su próximo movimiento, más unos aullidos resuenan en la distancia ocasionando que ambos volteamos en la dirección de la que provenía el sonido.

—Lo que me faltaba —comento y él voltea a mirarme—. Bien… Adiós —me despido y corro en dirección opuesta al gran lobo, controlando mi velocidad. 

Cuando ya estoy lo suficientemente lejos volteo para dar un último vistazo y asegurarme que no me persigue. No creo que a última hora cambie de opinión y decida atacarme, pero cuando has pasado lo que yo es mejor ser precavida. Sin embargo, él no intentó hacerme daño y seguro no vendrá tras de mí.

“¿Qué carajos fue todo eso?”, pienso cuando por fin llego al límite de la arboleda y me encamino al que ahora es mi hogar.

Veo a mi madre de pie en la puerta del viejo edificio. Lleva puesta su espantosa pijama color verde y unas pantuflas rosas decoradas con flores, parece esas viejas ridículas que salen en las telenovelas.

—Por todos los infiernos, mamá. Te dije que te deshagas de esa cosa.

Paso junto a ella sin levantar la mirada, no soy buena con las disculpas.

—¿Dónde estabas? ¿Tienes una idea de la hora que es? Me tenías preocupada.

Ella me sigue escaleras arriba atosigándome con una p**a pregunta tras otra.

—Ya te dije que puedo cuidarme sola. Deja de tratarme como a una m*****a chiquilla.

—Me asustaste… No quiero perderte —dice, entre sollozos.

—Lo sé —me detengo antes de entrar al baño—. Pero ya no tienes que protegerme. 

Volteo para abrazarla, sé que lo voy a decir va a herirla.

—Mamá ya no soy una niña pequeña, tengo que aprender a arreglármelas sola para poder vivir por mi cuenta.

—¿Qué? ¿Por qué dices esas cosas? —ella me empuja con todas sus fuerzas intentando separarse, pero no la suelto.

—Porque tengo que dejar de depender de ti —inspiro profundo para llenarme de su aroma—. Creo que es mejor que me mude a los dormitorios de la Academia.

—¡NO!  

Mi madre es una mujer inteligente, estoy segura de que comprende a lo que me refiero, así que no necesito decir más. La abrazo con más fuerza y espero hasta que deje de llorar.

—Nicky te quiero y nunca quise que te sintieras agobiada.

—Lo sé, pero es momento que me dejes hacer mi vida y comiences a vivir la tuya —me aparto un poco y sonrío—. Además, sólo estaré a unos pocos minutos de aquí y prometo regresar cada fin de semana.

—Eso dalo por hecho. Necesito ayuda con este desastre —vuelve a abrazarme, está esta vez más calmada.

—Claro, mamá. Aún quedan dos semanas antes de comenzar las clases, arreglaremos esta pocilga para entonces.

Sin decir más me da un beso de buenas noches y se retira a su cuarto a descansar.

Después de darme un baño voy a mi habitación, agradezco que esa tarde nos tomáramos el tiempo para limpiar y colocar nuestras porquerías en su lugar, sin embargo, el lugar continúa oliendo a diablos. Arrugo la nariz y me dejo caer sobre la cama, después veré que hacer con este asqueroso olor. No puedo dormir pensando en todo lo que vendrá por lo que me pongo a revisar mi celular para distraerme; respondo algunos mensajes de Ethan contándole sobre el lugar, pero no menciono nada de mi extraño encuentro. Me lo guardo para mí, porque sé que se preocuparía.

El alba llega más pronto de lo que deseo, puedo escuchar a mi madre moverse por la cocina canturreando la letra de una cursi canción que resuena en la radio. Cubro mi cabeza con la almohada maldiciendo su mal gusto.

—¿Por qué a mí? —murmuro.

—¡Nicky, el desayuno está listo! 

“Maldito sea su agudo sentido auditivo”.

—¡Ya voy! —respondo y me levanto de mala gana.

Me visto con una camiseta gris y unos pantalones cortos, cuando estoy en casa me gusta ir cómoda así que dejo a un lado el sostén; arrastro mis pies hasta la cocina y ocupo un lugar en la mesa que ubicamos justo en medio del lugar.

—Tengo sueño —exclamo cuando ella coloca frente a mí un plato con pan tostado y mermelada y una taza de café— ¿Por qué no me dejas dormir?

—Porque tenemos muchas cosas que hacer antes de que te mudes.

Me asombra el cambio de humor que tuvo de la noche a la mañana, pero supongo que le dio la bienvenida a la idea de tener tiempo para ella y dejar de cuidar mi trasero.

—Por favor mamá, no es como si me fuera al otro lado del planeta —cerrando los ojos somnolienta pongo el codo en la mesa y apoyo mi mentón en la palma de mi mano.

—Lo sé, pero tenemos que… —ella comienza a enunciar una larga lista de tareas que debemos realizar en la casa, pero ni siquiera presto atención hasta que menciona la única actividad que detesto hacer juntas—, y también te hará falta ropa.

Me incorporo en mi silla y la observo con seriedad.

—Tengo ropa suficiente.

—Esos trapos viejos no son adecuados para una academia de tanto prestigio. Estarás rodeada de estudiantes ricos y ellos pueden ser muy crueles, ya lo viviste en carne propio anoche.

—Psss… —rio y sacudo mi cabeza ante lo estúpida que me parece la idea—. Mamá no es como si fuera a vivir dentro de una novela. 

—Te recuerdo que estuviste al límite de perder los estribos —me amonesta.

—Bueno, sí —bebo un sorbo de mi taza haciendo como si le restara importancia a lo ocurrido—, pero no volverá a ocurrir porque simplemente los ignoraré.

—De todas maneras, no podemos arriesgarnos ni darles motivos para que continúen molestándote.

—¿Y usar ropa de marca y muy femenina va a ayudarme a evitarlo? —cuestiono con incredulidad.

Conozco a la perfección sus ridículos gustos, si fuera por ella vestiría como una p**a princesa de Beverly Hills. Me estremezco ante la repugnante idea.

—Tal vez no del todo, pero al menos te verás como uno de ellos y podrás pasar desapercibida —iba a refutar, pero me calló de inmediato—. Está decidido, iremos está tarde y punto. 

“Con un maldito demonio”. Me quejo para mis adentros sabiendo que ya no tengo salida.

Unas horas más tarde estamos recorriendo el centro comercial, ya he perdido la cuenta de las prendas que me probé, pero sé que en las bolsas que acarreo llevo la mayoría. Es bueno que mi padre nos haya dejado una abultada cuenta bancaria, eso sumado a la herencia de mi abuelo nos daba la tranquilidad de vivir por mil años sin preocuparnos de nada. No obstante, a mi madre y a mí no nos gustaba la opulencia y preferíamos tener una sencilla vida en la cual nos esforzáramos para llegar a nuestros logros, por eso no entiendo ¿por qué se empeña en comprar tanta ropa?

—Ya tenemos suficiente ¿No crees? —me quejé, elevando las manos para que notara las bolsas que llevo.

—Sólo nos falta visitar una tienda de ropa interior —comenta, y haciendo caso omiso a mi cara de fastidio busca con la mirada el local.

El sitio no está particularmente lleno, pero como es de esperarse por el horario vespertino hay muchos adolescentes paseando y armando jaleo. Hay un grupo de chiscas en una de las bancas en la zona de descanso justo en medio del lugar que no deja de chillar y reír mientras toman fotografías con sus teléfonos; en un principio las ignoro, pero el grupo de jóvenes que diviso al seguir caminando tras mi madre llama mi atención. Son los mismos idiotas de aquella noche y me sorprendo a mí misma buscando entre sus rostros al adonis de cabellos azabaches que me habló con amabilidad tras el incidente. Lo encuentro de pie en el centro del grupo, su semblante es serio y tiene los brazos cruzados sobre el pecho, parece no prestar atención a lo que lo rodea, como si le importara poco los comentarios que las mujeres hacen en voz alta.

“Que patéticas ¿No pueden ser más obvias?”. Por alguna razón una risilla se me escapa ante el pensamiento.

De pronto él frunce el ceño y mueve la cabeza de un lado a otro como buscando algo, nuestras miradas se encuentran y todo a nuestro alrededor parece desvanecerse. Su postura se relaja, deja caer los brazos a ambos lados y da un paso hacia adelante como si quisiera venir a mi encuentro. No estoy segura de cómo reaccionar ¿Qué es este magnetismo que me impulsa a querer acercarme a él?

Escucho que alguien me habla, pero no puedo comprender las palabras que resuenan en mis oídos como cuchicheos sin sentido, mi atención está completamente dedicada en el azabache de pie a unos cuantos metros de mí. Diablos, como me gustaría que la distancia quedara en la nada. Mi brazo es jalado y salgo de mi estupefacción de inmediato, mi madre me mira con una mezcla de horror y enojo, se acerca a mi oreja izquierda sin soltarme.

—Te dije que no te acercaras a ellos —el susurro es casi inaudible—. Son de la manada.

Sus palabras hacen que mi entorno vuelva con prisa a su caótico movimiento y me percato del peligro en que nos estoy poniendo. Agito la cabeza para despejar mi mente y hacer a un lado lo que acaba de suceder mientras mantengo la mirada en los suplicantes ojos de mi madre, que me ruegan que abandonemos el lugar de inmediato.

—Vámonos —respondo para tranquilizarla y juntas nos encaminamos a la salida.

Estoy tentada a voltear para echar una última ojeada cuando escucho un débil gruñido a mis espaldas, pero me obligo a no hacerlo. Es mejor así, por el bien de mamá debo alejarme de todos ellos, sobre todo de él.

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