Capítulo cuatro. Provocación

Oliver sintió un placer que no debía sentir, pero no pudo evitar regocijarse completamente feliz al ver el rostro crispado de Sebastián Cooper. Intuía los deseos asesinos que nacían en el hombre y que estaban lejos de espantarlo. “Quizás tenga un alma suicida”, pensó Oliver sin dejar de sonreír.

—¡Sebastián! —La voz de Maya rompió la burbuja en la que se habían sumergido los dos, olvidándose momentáneamente de la presencia de la mujer.

—Maya —saludó.

Sebastián quería borrar la sonrisa de Oliver de un puñetazo y demostrarle que… ¿Qué? ¿Qué era lo que iba a demostrarle? Todo esto era una reverenda estupidez, pensó y se apartó ligeramente de Maya para verla fijamente.

—Ya Oliver me ha dicho que estarán trabajando juntos. ¡Eso es maravilloso! No sabes lo mucho que voy a agradecerte que seas un mentor para él —dijo con efusiva alegría, ajena a los sentimientos asesinos que nacían en ambos hombres.

—Espero que no hayas dicho cosas desagradables de mí, sería una verdadera pena que iniciemos mal nuestra relación —dijo y la palabra “relación”, le hizo estremecer. ¿Qué diablos le pasaba? Volvió a preguntarse por tercera vez ese día, ¿o era la cuarta?

—Solo le he dicho la verdad. Eres un hombre competitivo e inteligente y estoy seguro de que aprenderé mucho de ti, quizás cuando te jubiles podré tomar las riendas de la empresa —respondió Oliver mojando los labios en la copa de vino y pasando la punta de su lengua sobre la boca de la fina copa.

—No soy tan viejo para pensar en la jubilación, tendrás tiempo para aprender de mí, sino terminas primero por irte a Italia, —le retó y sé maldijo al mismo tiempo por seguir aquella m*****a rosada y húmeda lengua deslizarse por la copa.

—¡Por Dios! En casa no se habla de negocios, quiero brindar por el regreso de Oliver —interrumpió Maya aquel duelo de miradas. Entregó una copa a Sebastián para unirse a la celebración.

—Gracias Maya, te eché de menos todos estos años —dijo Oliver sentándose de nuevo en el sillón y cruzando las piernas. Dirigió una mirada complacida a su cuñado antes de agregar: —No sabes lo que significa para mí que me ofrezcas asilo en tu casa, mientras encuentro un apartamento para mí y para Victoria —soltó mirando con placer como el rostro de Sebastián palidecía completamente.

—¿¡Qué!? —medio preguntó medio gritó Sebastián a punto de lanzarse sobre Oliver por la mezquina jugarreta que estaba haciendo.

—Es sobre lo que quería hablarte esta mañana Bastián, mi madre me ha llamado y teme un enfrentamiento entre Oliver y mi padre y sabes que ella no está para enojos. ¿Te molesta la invitación que le he extendido a mi hermano? —preguntó consciente de estar violando su acuerdo. Pero eran amigos y esperaba que su marido comprendiera la situación de su hermano menor.

Sebastián no respondió, su mirada se volvió de acero cuando la posó de nuevo sobre Oliver y era evidente para él que el muy cretino estaba disfrutando de lo lindo. Lo que el pobre niño no sabía es que para jugar se necesitaban dos y él estaría encantado de demostrar que con él no se jugaba sin quemarse. Oliver Campbell iba a arder en su fuego y él malditamente iba a gozarlo.

—¿Sebastián? —la voz de Maya le hizo al magnate volver su atención a la conversación.

—No tengo ningún problema —dijo y dirigiéndose una vez más a Oliver. —Espero disfrutes tu estadía en MI casa —remarcó gustoso esa pequeña y poderosa sílaba “mi” y salió del jardín para encerrarse en su despacho. Necesitaba beber algo más fuerte que el vino.

—Creo que se ha molestado —dijo Maya con un puchero.

Oliver no pudo evitar sentirse ligeramente culpable por utilizar a su hermana de esta manera y mucho menos ponerla en mal con su esposo. Pero el fin justificaba los medios ¿No?

—Puedo quedarme en casa de nuestros padres, quizá mamá solo esté exagerando un poco —intentó decir, deseando que su hermana no le tomara la palabra al pie de la letra.

—De ninguna manera, conozco a papá y sé que no te dejará tranquilo. Él hará todo lo posible por tratar de encontrarte una mujer que tenga un contrato millonario bajo el brazo. Yo acepté esto porque no había otra opción y porque de alguna manera Sebastián y yo teníamos mucho que ganar.

—¿Estás enamorada de él? —preguntó sin poder contener su lengua. La idea de que su hermana pudiera amar a ese patán le aterró y disgustó en la misma medida.

—Lo quiero mucho, Sebastián no es un mal hombre. Pero… no deseo hablar de mi relación ahora; mejor cuéntame más de Victoria —dijo Maya, pensando equivocadamente que era la mujer de quien su hermano estaba enamorado.

Los hermanos se enfrascaron en una larga conversación y se pusieron de acuerdo en el día y la hora en que Oliver y Victoria se trasladarían a la mansión Cooper. Por supuesto, para Oliver todo había sido bueno y rápido, pero decirle a Victoria la noticia no era cosa fácil.

—¿¡Qué!? ¿¡Te has vuelto loco Oliver!? ¿¡O naciste con un defecto de inteligencia!? —gritó Victoria cerca de la media noche.

—¡No grites! —exclamó el hombre tapando la boca de Victoria con sus manos.

La muchacha se movió inquieta y miró a su amigo con ojos furiosos y asustados.

—Voy a quitar mi mano, tu mirada me asusta, pero por favor no vuelvas a gritar —pidió el muchacho y Victoria asintió.

—¿¡Qué es lo que has hecho!? —masculló la muchacha con los dientes apretados. Contenerse para no gritar, le estaba resultando un esfuerzo titánico. Victoria quería golpear a su mejor amigo hasta que la inteligencia volviera a él.

—Yo no he hecho nada. Le hablé a mamá para pedir la dirección de mi hermana; no sabía que ellas habían estado hablando de mí por la mañana, es como si el destino quisiera conspirar a mi favor…

—Oliver… ¡Ningún puto destino! ¡Estás buscando problemas con Sebastián! —exclamó conteniendo la voz.

Oliver hizo un puchero y puso los ojos de cordero degollado, pero no sirvió de mucho para aplacar el enojo de Victoria.

Sin embargo, Victoria estaba mucho más preocupada por su amigo de lo que deseaba admitir. Ese comportamiento en Oliver no era normal y temía que se viera arrastrado cada día más hacia Sebastián Cooper.

A la mañana siguiente para Oliver fue un verdadero sacrificio abrir los ojos, se había acostado casi en la madrugada tratando de convencer a Victoria para qué aceptara trasladarse con él a casa de Maya y de… ¡Sebastián!, el solo pensamiento del hombre le hizo ponerse de pie y olvidarse de todo lo demás.

Oliver corrió a la ducha como si su vida dependiera de eso; se dio el baño más rápido de la historia y salió como un rayo hacia la oficina. Se saltó no solamente el desayuno, sino también algunos cuantos semáforos en rojo, mientras rogaba por llegar a tiempo. No deseaba un enfrentamiento mañanero con su jefe, no se sentía capacitado, y su cabeza estaba ligeramente embotada aún por la botella de vino que se había bebido luego de volver de casa de su hermana. ¡Victoria era la culpable! Si no fuera tan fiera y directa, pensó.

—¡Llegas tarde! —dijo Lucero apenas lo miró atravesar las puertas del ascensor.

—¡Dime algo que no sepa, mujer! ¿El ogro está en su oficina? —preguntó y la chica frunció el ceño.

—¿Qué ogro? —le preguntó y Oliver se maldijo para sus adentros.

—Quiero decir si el señor Cooper está en su oficina.

—No, no ha llegado aún, llamó para dejarte instrucciones. Limpia su oficina y no toques las carpetas que están sobre su escritorio, son importantes y él prefiere tenerlas a la mano —dijo Lucero volviendo su atención a su trabajo.

—Perfecto —dijo, mientras deslizaba una pequeña sonrisa perversa por sus labios. “Así que las carpetas sobre tu escritorio son importantes”, pensó y sus ánimos se renovaron instantáneamente.

Sebastián golpeó el volante con una de sus manos, estaba atrapado en el tráfico y debía armarse de paciencia para volver a la oficina. La reunión con el CEO de la Ensambladora de autos, no había ido como deseaba. Y su mal genio se había disparado ante la insistencia del viejo Lowell desde Nueva York.

Cuando por fin entró al estacionamiento ya no se consideró ser un ser humano, sobre todo, al encontrarse con el auto de Oliver Campbell.

El enojo y la ira por lo ocurrido en su casa barrió su poca cordura. Apretó los puños y caminó hacia el ascensor y rogaba, ¡rogaba! Porque el hombre fuera inteligente y se pusiera fuera de su alcance, por lo que quedaba del día. ¡Se había colado en la empresa y si eso no era suficiente, también lo había hecho en su casa! ¡Su casa!, el lugar que debía ser sagrado para él, donde podría dejar el estrés del trabajo. Pero con la llegada del rubio seguramente se convertiría en un infierno.

—Has vuelto —susurró Oliver careciendo totalmente del instinto de supervivencia.

—¿Qué diablos haces aquí? —gruñó Sebastián sin mirarlo.

—Aquí trabajo, señor, ¿le sirvo un café? —preguntó con una fingida sonrisa y antes de que Sebastián pudiera responderle. El muchacho deslizó una taza de café delante de sus narices.

Sebastián tuvo que reconocer que el olor del café era exquisito y su estómago gruñó, se había saltado el almuerzo y el café olía y se veía delicioso.

—¡No me atrevería a envenenarlo, señor! —exclamó Oliver, ligeramente indignado al ver la sospecha en la mirada de Sebastián.

—Por supuesto que no, si yo muero, tú y tu familia estarían arruinados antes siquiera de que mi cuerpo llegara a enfriarse —dijo de manera mordaz.

Oliver apretó los dientes, pero no dijo ni una sola palabra. No, él simplemente esperó…

—¡Maldito seas, pequeña sabandija! —gritó mientras escupía el café, estaba asquerosamente salado.

Oliver sonrió, pero antes que su cerebro pudiera procesar su pequeño triunfo, su cuerpo fue arrastrado a la pared más cercana y las manos de Sebastián estaban aferradas a su cuello y sus ojos lo suficientemente enfadados como para hacerlo temblar.

—Sué-suéltame —tartamudeó sintiendo miedo por primera vez.

—¿Te gusta jugar conmigo, pequeño ratón? —le preguntó Sebastián, acercando su rostro furioso al rostro pálido de Oliver, y el contraste entre el moreno y el rubio nunca fue tan devastador.

—No-no sé-sé-de-de lo-lo -q-que ha-hablas —tartamudeo. El aire empezaba a faltarle ante aquella agresión ¿O era la m*****a cercanía de Sebastián?, en realidad no le importaba, solo quería alejarse de él.

—Así que tienes miedo. ¡Eres un cobarde Oliver, me provocas deliberadamente, pero tiemblas solo con tenerme cerca! ¿Qué pasa? ¿Te gusto? —preguntó el hombre, pegando inconscientemente su nariz a la nariz perfecta de Oliver.

Oliver cerró los ojos al sentir aquella acción y el aroma de café y menta lo embriagaron, tanto que casi le hizo ponerse duro.

—¡Abre los ojos, m*****a sea y respóndeme! —gritó Sebastián, bañando nuevamente la nariz y la boca de Oliver con su aliento.

Oliver dejó de pensar, dejó de sentir que el aire le faltaba y cuando abrió los ojos, su boca estaba aferrándose como un poseso sobre los labios de Sebastián Cooper. ¡Lo estás besando, idiota!, pensó.

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