Capítulo 4

 

El hecho de ver cada uno de mis recuerdos, me hicieron dar cuenta de un detalle que pasé por alto el último año. Es decir, lo sabía bien, pero al darlo por sentado, había olvidado lo que realmente era importante.

Había traído a mi memoria el más importante de todos mis recuerdos, y ése era el de recordarme a mí misma feliz por mi vida. Sinceramente, habían pocas cosas de las que realmente me arrepintiera; razón por la cual me considero afortunada. Siempre hice lo que quería, en el buen sentido de la expresión. Nunca tuve ataduras cuando de sueños se tratasen. Pero muchas veces, también hice lo que debía hacer.

Cada vez que pasaba un recuerdo por mi mente, al principio era una imagen bien nítida y definida, pero al pasar los segundos se volvían borrosas hasta el punto de difuminarse y desaparecer por completo. Y entonces, aquel momento vívido dejaba de existir, pues era eliminado de mi memoria y así era como de pronto aquel día nunca hubiera existido en mi vida.

La idea de que me estuviera sucediendo algo como eso me horrorizó por completo. No podía permitirlo. Mi pasado era todo lo que tenía y era mío. ¡Sólo mío!

Sin embargo, los recuerdos seguían transcurriendo y eran eliminados como los papeles que atravesaban por una trituradora. Entonces, comencé a atravesar por aquella que tanto temía. Cada instante que pasaba perdía poco a poco mi identidad hasta que sólo me quedaron migajas.

Las risas de mi niñez se desvanecieron junto al recuerdo de mi primer beso. Todos quedaron ocultos bajo el manto de una terrible desolación que no hacía más que generarme un profundo vacío en mi interior.

Fue entonces cuando en medio de esa transición de inconsciencia pura, sentí que me sujetaban con fuerza. Al entreabrir mis ojos con mucho esfuerzo, vi a una mujer cuyos ojos se encontraban humedecidos.

Al comienzo, fue como ver a un extraño por primera vez. Pero entonces, oí su voz diciéndome que todo saldría bien. Fue allí cuando hice volver de la tumba a aquellas neuronas que me dirían que ésa persona era mi propia hermana. “Mi melli”.

Así volvieron a mí muchos de los momentos que compartimos, hasta el más reciente de ellos. La despedida de nuestro pueblo, la bienvenida a la ciudad. El sabor dulce de la aventura que se mezclaba con la amargura por la inminente despedida de nuestro viejo hogar. Y una vez más, el efecto de borrón y cuenta nueva acontecía entre mis pensamientos, dejando mi mente en blanco.

Las risas, los llantos, las carreras camino a la escuela, las caminatas, las búsquedas, los encuentros, las palabras, las lluvias, los atardeceres, los campamentos junto a la fogata, los cantos, las sorpresas… todos ellos volvían a desaparecer. Se desvanecían sin dejar rastro alguno.

Poco a poco supe que ya no sabía quién era, qué me sucedía ni a dónde iba. O mejor dicho, a dónde me llevaban.

Sólo sabía una cosa y podía mantener mi mente concentrada en ése pequeño detalle tanto tiempo como fuese capaz de fijar la vista en ella. Aquella persona que me sostenía la mano, que me llevaba y se aferraba a mí con fuerza, era mi hermana. Que no hacía más que seguir protegiéndome como podía.

Luego vi a una segunda persona ayudándola en su odisea por llevarme a un lugar seguro. En ése momento me pregunté seguro de qué. Pero fue más inquietante la idea de no saber quién era aquel hombre a mi izquierda.

— Soy Sebastián, podemos llevarla a mi hogar. Es lo mejor que puedo ofrecerles. — entonces comprendí que no era que también lo había olvidado, solamente no lo conocíamos.

— Se lo agradecemos mucho. — su voz de queda al fin mostró una chispa de esperanza.

Sin embargo, yo no lograba mantenerme consciente por más de cinco segundos seguidos. Por lo que en un abrir y cerrar de ojos, terminé despertando en un lugar que parecía más bien un bar. Luego, caí en la cuenta de que se trataba de la cafetería donde mi hermana se había detenido a pedir indicaciones para llegar al dichoso complejo universitario. El dueño era Sebastián y en la planta alta del local tenía su hogar. Allí nos recibió su esposa quien debido a la preocupación se limitó a ejercer primeros auxilios gracias a su experiencia como enfermera, así nos brindó todos los cuidados que era capaz de ofrecer.

— La fiebre no baja. Si la medicación que le acabo de suministrar no surte efecto, entonces ya no hay nada que podamos hacer. — fue el veredicto final de Samanta.

Sebastián escuchó cada palabra de su esposa con una mirada de súplica, la situación era verdaderamente desafortunada. Pero como Samanta, ya lo había mencionada, sólo restaba esperar lo mejor.

Cuando de a ratos lograba abrir los ojos, la cabeza me daba vueltas de una manera realmente desagradable. Ya no recordaba quién era pero cuando ella se asomaba, por alguna razón, nuevamente recuperaba mi identidad como si de un acto de magia se tratase.

Debía apurarme, debía hablarle antes de que lo olvidara de nuevo.

— Lo lamento— al fin pude levantar la voz—. Se sup…onía que… este sería n-nuestro año…— y no pude balbucear más nada que ya saboreaba la agonía de abusar de mis cuerdas vocales.

— No es tu culpa. Además, esto no es nada, ya vas a ver cómo este año va a ser genial. — contestó ella en un intento de animar el ambiente desolador que gobernaba en la habitación.

El calor que irradiaba llegó a calentar la manta de un extremo a otro de la cama en la que me encontraba recostada. Sentía que estaba acostada entre llamas.

— Pas-saremos ho-ras frente a un rid-diculo pizzarrón. — mi voz terminó colapsando hasta quebrarse.

— Así es, y vamos a aprender a respetarlo, porque resulta que ese pizarrón sabe más que nosotras dos juntas. — bromeó ella, asimilando la triste verdad de que quizás aquella situación jamás sucedería, así como tampoco ninguna de todas las ideas alocadas y cada uno de los sueños con los que llegamos a ésa ciudad.

Sonreí alegrándome de recordar las razones por las que habíamos viajado hasta allí. Entonces, repentinamente sobrevino el miedo. Presentía que pronto también lo olvidaría de nuevo. Si despertaba y ella no estaba… entonces yo dejaría de existir porque ya no recordaría quién era yo misma. No recordaría absolutamente nada. Prácticamente dejaría de existir porque mi propia existencia ya no tendría sentido.

— Melly…— la llamé del modo en que nos decíamos la una a la otra, gajes de ser mellizas.

— ¿Si? — preguntó mostrando su característica curiosidad.

— No te vayas… — le pedí sin perderla de vista ni por un instante.

— Tu tampoco lo hagas… no te rindas. — sus ojos llenos de lágrimas terminaron por rebasárseles, pues lo que contemplaban sus ojos no era más que la despedida más dolorosa por la que tuvo que atravesar en toda su vida.

Entonces, sobrevino un dolor tajante en mi pecho y escuché claramente cómo mi corazón daba su último latido.

— Lo lamento mucho, muchacha. — las condolencias de Sebastián resonaron como un eco en los suburbios de la gran ciudad. 

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