Un mes después
—¡Valeria! ¿Qué esperas? —llamé desde la sala.
—¡Ya voy, papá! —respondió su vocecita desde el segundo piso.
Había pasado un mes desde que la vi por última vez. Treinta días sin saber de ella más que por los informes de Jorge. Treinta días esperando una sola llamada que dijera: “Ya puedes verla.”
Y por fin, ese día llegó.
Valeria bajó las escaleras cargando dos maletas enormes, arrastrándolas como si fuera a mudarse para siempre.
—Valeria, cariño… ¿y todas esas maletas?
—Mi ropa —dijo con toda la seriedad del mundo—. Mamá dice que siempre hay que llevar lo que se pueda. Y esta es toda la que puedo llevar.
No pude evitar sonreír.
—No podemos llevar toda esa ropa, nena. Vamos a ver a alguien, no a cambiarnos de casa.
—Pero… ¿y si me quiero quedar?
Esa frase me detuvo por un momento.
—¿Quieres quedarte?
Valeria bajó la mirada y asintió con una timidez que me rompió el corazón.
—Sí… quiero ver si ella también me quiere.
Me arrodillé frente a ella y le tomé las manitas.
—Te a