Khloe
Después de salir del ginecólogo y hacer una breve parada en el salón de belleza, decidí comprar un par de cajas de cigarrillos y un encendedor nuevo. No llevo maquillaje. Solo una blusa de escote pronunciado, un jean ceñido y unos tacones que resuenan con firmeza en el asfalto. Aunque, lo admito, siento que me falta algo… un toque de rebeldía en forma de labial rojo oscuro. Por suerte, está guardado en mi bolso nuevo, esperando su momento.
Encendí el auto y, de pronto, un antojo insaciable me atravesó el cuerpo: helado. Busqué rápidamente una heladería cercana en el móvil. En minutos, llegué a una pequeña esquina con toldo color menta y conseguí estacionar frente al local.
Justo cuando abría la puerta para salir, un auto lujoso se detuvo junto al mío.
No. No puede ser él.
Giré disimuladamente el rostro y me coloqué las gafas de sol. Lo observé por el rabillo del ojo. Estaba bajando a una niña pequeña, probablemente su hija. Pero… ¿y la mujer que lo acompañaba? No era la misma que