Lo di todo por él y me humilló... ¡Ahora brillo en el MIT!
Un día antes del baile de graduación de la preparatoria, Ethan me llevó a la cama.
Fue brusco y me lo pidió todo durante toda la noche.
Aunque me dolía, por dentro rebosaba de dulzura.
Llevaba diez años enamorada de Ethan en secreto y, al fin, mi sueño se volvía realidad.
Me prometió que, al graduarnos, se casaría conmigo y que, cuando heredara la familia Luciano de manos de su padre, me convertiría en la mujer más distinguida del clan.
A la mañana siguiente, Ethan me abrazó y le confesó a mi hermano adoptivo que ya éramos pareja.
Sentada tímidamente en su regazo, me sentí la mujer más feliz del mundo.
Pero, de pronto, cambiaron la conversación al italiano.
Mi hermano Lucas bromeó con Ethan:
—No cabe duda, Young Boss: en su primera vez, ¡la reina de la clase se entregó solita!
—¿Y a qué sabe mi hermanastra?
—Se ve inocente, pero en la cama es todo lo contrario —respondió Ethan con desdén.
Las carcajadas estallaron.
—Entonces, ¿debo llamarla hermana… o cuñada?
Ethan frunció el ceño y negó:
—¿Cuñada? Para nada. Quiero conquistar a la capitana de las porristas; por si ella cree que no sé lo que hago, entreno primero con Cynthia. Y ni se les ocurra contarle a Sylvia que me acosté con Cynthia; no quiero que se moleste.
Lo que ellos ignoraban era que, para estar con Ethan en el futuro, yo ya había aprendido italiano a escondidas.
Sin embargo, al oír todo aquello, no dije nada, sino que me limité a cambiar en silencio mi solicitud universitaria del Caltech al Instituto Tecnológico de Massachusetts.