Enemigo de la luna
Hace quince años, las manadas Blacknight y Moonlight eran aliadas. Sus Alfas —el abuelo de Devon y el abuelo de Alina— habían forjado una sólida amistad basada en la cooperación y el comercio. Con la esperanza de unir aún más sus clanes, pactaron un matrimonio entre sus nietos.
Pero una tercera manada, los Darkfang, temiendo la unión de ambos linajes y su creciente poder, con el joven Alfa Adriel a la cabeza, conspiraron en secreto.
—Este es el matrimonio que rogaste, ¿te gusta?
Alina sintió que el corazón se le partía.
No era solo el desprecio en sus palabras, sino la contradicción en sus gestos. Él la deseaba. Estaba claro. Pero se odiaba por ello. Y usaba esas palabras duras como un muro, como una barrera para protegerse de algo que ni siquiera se atrevía a nombrar.
Ella ladeó la cabeza. Y una lágrima rodó silenciosa por su mejilla.
—No me arrepiento de haberme casado contigo, Devon —dijo, con voz suave, dolida pero firme—. No me arrepiento de que seas mi esposo.
Lo miró a los ojos, sin miedo ahora.
—El que tiene miedo… eres tú, ¿verdad? Me has estado evitando a propósito durante tres meses, ¿verdad?
Devon retrocedió medio paso. Como si sus palabras lo hubieran herido más que cualquier arma. El silencio volvió a caer entre ellos, espeso. Tenso.
Pero no duró mucho.
De pronto, Devon pareció romperse por dentro. Como si todas las emociones contenidas durante meses se derramaran de golpe. Se inclinó sobre ella y la besó. No con dulzura. Sino con rabia. Con frustración. Con hambre.