Creyó que no entendería esa llamada
En nuestro sexto aniversario de bodas, mis mejillas ardían mientras intentaba apartarme de mi esposo, Ethan Grant, que se inclinaba para darme un beso. Lo empujé hacia la mesa de noche para agarrar un condón.
Lo que él no sabía es que ahí había guardado una sorpresa: una prueba de embarazo positiva. Ya podía imaginarlo, la manera en que su rostro se iluminaría en cuanto la viera.
Pero justo cuando su mano iba hacia la gaveta, sonó su celular.
Su mejor amigo, Henry Miller, apareció en la línea hablando en danés:
—Señor Grant, ¿cómo estuvo anoche? ¿El nuevo sofá del amor que lanzó nuestra empresa lo está tratando bien?
Ethan soltó una risa baja y respondió en danés:
—El modo de masaje es genial. Me evita tener que masajearle la espalda a Sandy yo mismo.
Aún me sostenía pegada a él, pero sus ojos atravesaban los míos, como si estuviera mirando a otra persona.
—Esto queda entre nosotros. Si mi esposa llega a enterarse de que me acosté con su hermana, estoy muerto.
Fue como sentir un cuchillo atravesando mi pecho. Lo que ellos no sabían es que yo también estudié danés en la universidad como especialización secundaria, así que entendí cada palabra.
Me obligué a mantener la calma, pero mis brazos, colgados del cuello de Ethan, no dejaban de temblar. En ese momento dejé de dudar y decidí aceptar la oferta de ese proyecto internacional de investigación.
En tres días, me habría ido del mundo de Ethan para siempre.