Ya No Seré Tu Herramienta Perfecta
La noche que nombraron a Lorenzo jefe de la familia Martín, le entregué mi virginidad. Él era el heredero al que me habían prometido desde antes de saber hablar.
Nos besamos contra las ventanas panorámicas, enredados en el calor húmedo del crepúsculo... Sus manos ásperas y urgentes me lastimaron, pero no me aparté. Hasta el dolor se sintió sagrado; ese era un sacrificio que estaba dispuesta a hacer por amor.
Perdido en el calor del momento, me prometió unos hermosos zapatos de cristal, para que, al día siguiente, bailara con él el vals inicial en su ceremonia de coronación.
El primer baile siempre estaba reservado para el nuevo jefe y su futura esposa.
Lloré de alegría, creyendo que mis años de anhelo secreto y espera paciente finalmente culminarían en un final de cuento de hadas.
Pero estaba equivocada. ¡Terriblemente equivocada!
A la mañana siguiente, arrastré mi cuerpo adolorido para comprar su espresso favorito, solo para escuchar a escondidas cómo los muchachos bromeaban al regresar:
—Así que al fin te comiste la cereza de la familia, ¿eh? ¿Cómo estuvo Viviana en tu primera noche como jefe?
La voz de Lorenzo al responder era perezosa y a la vez burlona:
—Ella tiene cara de ángel y cuerpo de diabla. Es una zorra ardiente en la cama.
La habitación estalló en silbidos obscenos.
—Jefe, entonces, ¿de verdad te vas a casar con ella?
—¿Estás hablando en serio? —resopló Lorenzo con desdén—.Viviana para mí solo fue una práctica en la intimidad. Una vez que practique lo suficiente, iré a domar a la princesa de hielo de los Falcón. Cuando me aburra, siempre puedo volver y casarme con ella.
Me quedé petrificada en el umbral, la visión se me nublaba y la taza de café temblaba en mis manos.
Antes de que el mundo se oscureciera por completo, le envié un mensaje cifrado al Don:
—Señor Román, consígame un traslado para el ascenso en tres días. Qué esté lo más lejos posible de Lorenzo.