Capítulo 4:

Su cabeza dolía demasiado, mientras abría los ojos, saliendo de aquel estado de bruma cegadora que parecía someter todos sus sentidos.

—Bueno… la princesa se despierta al fin—se burlo el extraño del bar, inclinándose sobre ella. Su rostro desdibujándose bajo los efectos exotéricos de la poca luz del lugar.

La droga comenzaba a salir de su cuerpo, dándole mayor control sobre su cuerpo. Pero ella no lo demostró. Se mantuvo quieta, fingiendo estar aun bajo el brutal efecto de las toxinas.

Se encontraba atada de manos a una silla oxidada. Los tontos habían dejado sus piernas libres.

—¿Qué m****a me hiciste?—gruño ella, con tono somnoliento y la cabeza inclinada ligeramente hacia un lado.

La sonrisa del extraño se ensancho, mientras se aproximaba un poco más hacia ella.

—No se a que estas acostumbrada con esos sucios italianos… pero la necrofilia no es lo nuestro—se burló el hombre.

Emily parpadeo, mientras sentía como todos los músculos de su cuerpo se contraían ante la inminente señal de peligro. No lo había notado, no en el bar y menos aun cuando la secuestro. Pero en ese segundo, vio al extraño por lo que era.

Roso. El hombre ante ella era un ruso, perteneciente a la mafia con la que Samuel estaba en guerra.

—Es verdad, lo suyo es la zoof…—comenzó a responder ella, con una mezcla de arrogancia y elegancia que le otorgaban aires de superioridad.

Pero sus palabras se vieron opacadas cuando el hombre el sujeto el rostro con fuerza brutal.

—Vamos, termina la oración… y podrás experimentar el dolor de sentir tu mandíbula fracturarse en dos—arremetió el extraño con los dientes apretados, buscando intimidarla.

Sin embargo, Bianca lo había perdido todo para ganar una única cosa, su libertad, y planeaba defenderla a cualquier costo.

Con la enorme mano del hombre aun colocada sobre su rostro, ella hizo lo único que estaba a su alcance para defenderse. Lo mordió.

Su mandíbula se cerro sobre la carne, musculo y huesos del extraño, y no lo soltó. Ni siquiera cuando el forcejeo como si fuera un perro. Solo abrió la boca cuando el gusto nauseabundo de la sangre impregno sus fosas nasales y colmo las papilas gustativas.

—Al parecer es verdad lo que dicen… los rusos son muchas palabras y poca acción—hablo ella con suficiencia—. Con razón sus mujeres prefieren otros hombres.

La mirada del extraño ardió con llamas rabiosas e iracundas, mientras exhibía sus dientes en un gruñido animal.

Emily iba a morir, estaba segura de ello. Pero al menos si abandonaba el mundo, lo haría bajo sus términos. Como una jodida reina, y no como una tonta princesa temerosa.

Aquel hombre inclinado sobre ella, con el rostro rojo de rabia y la mano llena de sangre, se aproximó, preparándose para golpear el rostro de ella. Emily casi podía sentir el golpe, uno más que agregaría a la lista casi interminable.

Pero eso jamás ocurrió. No cuando otra voz se impuso.

—Suficiente—dijo alguien surgiendo desde las sombras, con una voz que generaba la misma sensación que terciopelo sobre hierro.

—Pero ella nos acaba de insultar—presiono el hombre con la mano ensangrentada hacia las sombras—. Merece ser castigada.

Emily clavo sus ojos en la oscuridad, intentando encontrar una figura allí. Lentamente, como si quisiera facilitarle las cosas, un hombre surgió.

Un rostro hermoso, digno de admirar y temer. Uno que ella conocía solo por fotografías.

Damon.

Al instante de reconocerlo, todo su cuerpo se tenso en respuesta, mientras buscaba con la mirada cualquier objeto que le fuera de ayuda para defenderse o escapar. Los hombres a su alrededor notaron aquel abrupto cambio en su comportamiento, en especial el idiota que la había secuestrado.

—¿Qué ocurre conejita, te quedaste sin palabras?—se burló con desfachatez—¿El ratón te comió la lengua?

—Acércate a mi boca y comprueba que tengo dentro, idiota—siseo ella inclinándose hacia adelante mientras sostenía su mirada con un claro desafío. Si no podía defenderse al menos podía intentar hacer que el idiota la matara de manera rápida, a diferencia de lo que haría Damon con ella.

—No tientes a la suerte, conejita… hoy no estoy de humor para tonterías—advirtió el idiota—. Aunque, si te metiera cierta parte de mi en la boca, quizás podría mejorar mi humor.

Asco y repulsión revolvió el estomago de Emily, pero aquello no era nada en comparación con lo que estaba acostumbrada a lidiar a diario.

—No sabia que los tuyos tenían tendencias masoquistas… ¿O acaso es una clase de fetiche personal? —se burló ella, mientras exponía sus dientes en una amplia sonrisa.

Sin apartar sus ojos del idiota, pudo jurar que varios hombres a su alrededor rieron, en especial cuando las mejillas del hombre ante ella se sonrojaron.

Ella logro su objetivo. El maldito avanzo hacia ella con un ferviente deseo por arrancarle el pescuezo, pero Damon estaba atento a todo.

—Suficiente, Casper—advirtió el rey de la mafia rusa con tono tan frio y distante como el hielo—. Ya te dejaste humillar demasiado por el día de hoy.

>>Casper<< pensó ella. Asique ese era el nombre de su secuestrador.

—Ahora entiendo el motivo de tu mal humor… con ese nombre de porquería mi cara parecería trasero todo el día—se mofo Emily por última vez, mientras sonreía con arrogancia en su dirección.

Casper le lanzo una mirada asesina, antes de apartarse finalmente de ella, dándole espacio a Damon.

Hasta ese segundo había aguantado el peso de la ansiedad, la incertidumbre y el miedo con humor y arrogancia. A partir de ese instante todos los muros que había construido a su alrededor para protegerse se derrumbaban.

—Hola, Emily… no nos presentaron formalmente—comenzó a decir Damon con aquella mirada muerta y vacía clavada en sus ojos—, soy Damon Petrovik.

—Imagino que no es necesario que me presente, después de todo, sabes muy bien quien soy—respondió ella con tono monótono—. Y ya que estamos con eso, ahorrémonos todos las palabrerías y pasemos a lo concreto.

Una ceja oscura se alzo en el rostro de Damon, mientras la observaba con cara de póker.

>—La burocracia me aburre, mátame de una m*****a.

—No voy a matarte, Emily Spencer—respondió Damon con el fantasma de una sonrisa aflorando en sus labios, mientras enderezaba su postura.

Spencer. Aquella era la primera vez que ella escuchaba su apellido en todo un año.

—Mi nombre es Emily. Solo Emily… ¿Escuchaste bien maldito bastardo? —siseo ella con los dientes apretados, mientras una mirada rabiosa se posaba en sus ojos.

Damon parpadeo, una emoción recorrió su rostro durante apenas una fracción de segundos, antes de que aquella mascara de indiferencia y frialdad volviera a posarse en sus facciones.

—En tu lugar cuidaría las palabras que usas, a fin de cuentas, estas atada a una silla rodeada por un grupo de hombres armados que responden solo a las ordenes del hombre al que insultas—dijo Damon mientras cruzaba los brazos sobre su pecho, exponiendo un tatuaje enorme que atravesaba su brazo izquierdo y se perdía debajo de la manga.

—El que tenga miedo a la muerte que se abstenga de haber nacido—ronroneo ella con calma, mientras se preguntaba en silencio hasta donde llegaría su tatuaje. ¿Acaso atravesaría su pecho?

Emily parpadeo, apartando los pensamientos delirantes que la llevaban a imaginar el cuerpo desnudo de aquel hombre ante ella.

Damon mantuvo su rostro serio y tenso, observándola con especial detenimiento durante algunos segundos, antes de hablar:

—¿Acaso no le tienes miedo a nada? —no había burla, crueldad o admiración en sus palabras. Solo un deje de pena por ella y su condición.

—Si lo pierdes todo… ¿a qué le tendrías miedo? No hay nada que perder, nada que proteger, nada que resguardar. Mi vida se limita al existir y ya—explico ella con calma, sosteniendo su mirada con indiferencia—. Tampoco le temo a la muerte.

—¿Qué hay de mí? —pregunto con cierta curiosidad Damon, inclinándose ligeramente hacia ella con una leve sonrisa que no llegaba a crispar la comisura de sus labios—. ¿Acaso me temes?

Emily sostuvo su mirada con cierta resiliencia, mientras examinaba de cerca sus facciones. Sin lugar a dudas, de cerca su rostro parecía aun mas tenso y rígido que antes.

Sus ojos eran oscuros, tanto como una noche sin estrellas, pero escondían en lo profundo de estos una tristeza que parecía pesar en su alma. Una que se ocultaba debajo de varias capaz de maldad pura.

—Tu reputación te precede… pero no dejas de ser un hombre—ronroneo ella con una sonrisa en sus labios—. Y ya conocí muchos hombres… crueles, arrogantes, malévolos, despiadados, egocéntricos, engreídos, violentos, abusivos…

>—La lista sigue y se vuelve casi infinita, pero todos tienen una cosa en común—Emily se inclino hacia adelante, dejando su rostro muy cerca del de él. Tanto  que en otra situación, una menos tensa y peligrosa, bien podría ser el precursor de un beso.

>—Todos son mortales… pueden morir—agrego ella con arrogancia—. Un día lo van a hacer. Morirán, todos ellos.

Damon se la quedo observando durante algunos segundos, antes de escupir una sola risa, mientras se enderezaba.

—¿Qué hay de Samuel?—canturreo Damon aproximándose a una mesa cercana. Una que estaba salpicada de pequeñas manchas rojas que Emily decidió ignorar—. ¿El también entra en la misma categoría?

Emily trago duro, mientras un escalofrío recorría su Columba vertebral.

Samuel. Ese hombre era un punto y aparte en su lista de personas peligrosas, de las que debía temer. Por no decir que era al único que le temía.

Luego de trabajar para el durante un año, había aprendido a manejarlo, dominarlo y moverlo a su antojo… pero sus arrebatos de enojo seguían despertando el mismo terror en ella.

>—Responde—siseo el ruso con tono monótono.

—No tengo motivos para temerle a Samuel—escupió ella con tono firme. La voz de un soldado—. Soy leal a él y él lo es a mí.

Por primera vez desde que estaba allí, una sonrisa real y genuina se poso en los labios del rey de la mafia rusa, mientras la observaba a los ojos.

—Y ahora hablas de lealtad—se mofo Damon—. Es curioso que hables de eso… cuando tu no conoces esa palabra ¿No lo crees?

Emily trago duro, reprimiendo el temblor que crecía desde la base de su columna vertebral y se extendía a lo largo de todo su cuerpo.

>>No sabe nada, el no sabe nada, solo quiere presionarte. No caigas en su juego<< se ordenó a sí misma, mientras mantenía su rostro monótono, sin la más mínima expresión.

—Soy leal a Samuel, desde que empecé a trabajar para el hace un año—gruño ella con los dientes apretados. Rabia, enojo, todas esas emociones se enredaron en sus facciones para ocultar la cobardía y el miedo a ser descubierta.

—Mientes, Emily, tu estas mintiendo—dijo Damon, mientras abría un cajón del escritorio y exponía un montón de papeles—. Y aquí esta la prueba de todo eso.

El corazón de ella se paralizo. Durante algunos instantes su mascara cayo revelando a la niña aterrorizada que habitaba debajo de ella. Una niña que aun añoraba su vieja vida.

>—¿Cómo crees que reaccionaria Samuel si se entera que su mano derecha estuvo robándole su negocio?

Damon abrió una carpeta con archivos, con la copia de todos los papeles que Emily había falsificado. Allí, en las manos del rey de la mafia rusa, estaba su vida. El decidía su destino.

>—Aunque debo admitir que hiciste un trabajo magnifico. Mis hombres y yo estamos admirados por tu trabajo tan perfecto—reflexiono Damon con la sonrisa aun posada en sus labios—. A este ritmo, en unos meses Samuel seria destronado y una reina ocuparía el trono.

Todo su trabajo, su esfuerzo, estaba allí, expuesto de manera tan simple y vulgar en manos del rey de la mafia rusa.

Su existencia misma quedaba en sus manos.

—¿Qué quieres? —dijo ella con tono seco y áspero—. Dile a Samuel, no pienso arrastrarme implorando por mi vida, nunca más.

Damon la observo, y nuevamente una emoción atravesó su rostro, contorsionándolo de manera instantánea. Aquello duro una fracción de segundos antes de que la frialdad volviera a instalarse en sus facciones.

—¿De qué me serviría ver como te arrastras suplicante? No, yo quiero otra cosa—comenzó a decir el rey con calma—. Tengo una propuesta para ti, Emily.

—Te escucho—respondo ella con la mirada fría clavada en el.

—Tu quieres poder y yo quiero destruir a Samuel con mis propias manos—comenzó a hablar Damon—. Por separado jamás conseguiremos lo que deseamos.

>—Nadie coronaria a una niña que derroco al rey, y yo nunca lograría acercarme a Samuel lo suficiente como para destruirlo—su porte era calmado y su expresión monótona—. Yo podría coronarte como reina una vez que derroquemos a Samuel.

Emily escucho con atención sus palabras, antes de escupir una risa profunda, hueca y sin humor. Una que puso la carne de punta de todos los hombres allí.

—¿Tu me viste la cara de tonta?—se jacto ella con mordacidad—. ¿Acaso crees que no veo venir el movimiento que tienes planeado?

Damon no dijo una sola palabra, dándole espacio y lugar para que ella hablara. Y así lo hizo.

>—Una vez me corones, me derrocaras. Nadie me apoyaría como reina, solo por no tener un pene entre mis piernas. —siseo ella con una sonrisa tirante en sus labios—. Si quieres destruir a Samuel, busca tus propios medios.

—Es verdad, tienes razón—respondió con tranquilidad Damon, deslizando las manos en sus bolsillos—. Te derrocaría con mucha facilidad. Solo los hombres son reconocidos como reyes… pero yo no te prometí ser la reina de los italianos… te prometo ser la reina de mi gente.

Emily se quedo callada. Su mente se puso en blanco mientras las palabras de aquel hombre se deslizaban al interior de su mente.

>—Ayúdame a destruir a Samuel y serás mi esposa… te convertirás en la nueva reina de la mafia rusa.

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