La lluvia golpeaba suavemente los ventanales del despacho principal en la Mansión Fernández. El ambiente, en contraste, era tenso y cargado de misterio. Una carpeta de cuero desgastado y bordes antiguos yacía sobre el escritorio de mármol blanco, frente a Sienna.
La había dejado Giorgio Sinclair en sus últimos minutos en la mansión. Sin explicaciones. Solo una frase:
—“Cuando estés lista para saber quién eres realmente, entonces podrás abrir esta carpeta.”
Sienna no estaba sola. A su lado, Isabella la observaba con una mezcla de preocupación y curiosidad. Sebastián, firme detrás de ambas, intercambió una mirada con Rubén, quien había llegado pocos minutos antes tras una llamada anónima de alguien que se hacía llamar “Mensajero del Juramento Carmesí”.
—¿Quieres que lo lea yo? —ofreció Isabela en voz baja.
Sienna negó. Tomó aire con fuerza y abrió la carpeta.
Las primeras hojas eran documentos antiguos, de archivo histórico, con sellos imperiales y firmas de gobiernos ya ine