Capitulo 126

El auto de Sebastián se deslizaba por la carretera costera, envuelta en el tenue brillo del atardecer. El silencio reinaba en el interior. No por incomodidad, sino por la densidad emocional que ambos compartían. Isabella, con los ojos clavados en el horizonte, apenas hablaba. Llevaba consigo el peso de una despedida que, aunque necesaria, había removido las capas más ocultas de su pasado.

Sebastián mantenía una mano en el volante y la otra sobre la de ella, entrelazada con suavidad. Solo el susurro de la música instrumental llenaba el espacio entre las respiraciones.

—¿Estás bien? —preguntó él en voz baja.

—Sí… solo estoy digiriendo todo —respondió ella, con la vista fija en el mar—. Pero lo necesitaba. Todos lo necesitábamos.

Sebastián asintió. Bajó la velocidad al tomar una curva estrecha, rodeada por árboles frondosos. El cielo comenzaba a teñirse de violeta. Todo parecía una calma, una tarde tranquila.

Hasta que, en un abrir y cerrar de ojos, un camión sin luces salió de la n
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