El cielo estaba cubierto por un velo gris, las nubes se remolineaban a su alrededor, como si el universo mismo se resistiera a dejar partir lo que quedaba de Zoé Ortega.
La ceremonia se llevó a cabo en un pequeño cementerio junto a un acantilado, en la costa norte del país. El mar rugía al fondo, chocando contra las rocas como un eco del caos que alguna vez envolvió sus vidas.
Isabella llegó temprano, ella iba vestida de negro, con un abrigo largo que ondeaba con el viento. Llevaba en la mano una pequeña caja de madera tallada: dentro, había una carta escrita por su padre, que Miguel le escribió desde prisión y que Zoé nunca llegó a recibir; una de las coordenadas originales que Zoe le entregó a Luna antes de desaparecer, y una cadena rota… símbolo de la vida que jamás pudo recuperar.
—Zoé, fue muchas cosas —dijo Isabella en voz baja, mientras esperaba junto a la tumba abierta—. Un error. Una traición. Una víctima. Una mujer que vivió en sombras, pero que al final dejó una luz ence