Mundo ficciónIniciar sesión
Termino de maquillar mis ojos con tonos nude, me aplico un brillo labial que solo resalte mis naturales labios rosas y luego sonrío al ver lo que he conseguido.
Me suelto el cabello, lo peino con mis dedos, consiguiendo que se formen ondas y me pongo de pie. Me doy una vuelta frente al espejo de cuerpo completo, a mi figura le sienta bien la blusa de color azul oscuro con vuelos en la cintura y que deja mis hombros descubiertos, el pantalón blanco, los tacones de cinco centímetros porque no me gusta verme más alta de lo que soy.
Si hay algo que asumí desde pequeña es que no necesito verme más alta para demostrar mi valor. Saqué un promedio de mis padres… bueno más cercana a mi madre. Pero con mi metro setenta he conseguido manejar a mi padre y a mis hermanos, que parecen gigantes al lado de las mujeres de la familia.
Eso tampoco ha sido impedimento para mi pasión… el ballet.
Desde los cuatro años quise ser bailarina de ballet, mis padres me dieron el gusto y me ayudaron a cumplir mi sueño. Alex se encargó de la pintura, Lorenzo del fútbol, Francesca de las artesanías y Piero de la computación. Todos nos encargamos de mantener corriendo a distintos lugares a mi padre, que era quién nos cuidaba.
Con los años, Alex dejó la pintura, Lorenzo el fútbol y Francesca cambió la artesanía por las maquetas. Solo Piero y yo nos quedamos fijos en nuestras elecciones de la niñez.
Hoy soy una de las bailarinas principales de la compañía de danza del teatro municipal de Santiago, donde cada año se abren tres cupos para la compañía de danza nacional y uno para The National Ballet of Canada, uno de mis grandes sueños por cumplir.
Podría irme a Rusia, Italia, Francia, Inglaterra… pero prefiero Canadá, se me hace más bello que cualquiera de los otros países.
Tomo mi abrigo, mi teléfono y mis documentos. Debo aprovechar mi recién estrenado carné de conducir, siempre con responsabilidad si no quiero terminar como Lorenzo.
Apago las luces de mi habitación y salgo, justo cuando veo a Alex salir de su habitación. Levanto las cejas, porque lo veo listo para una fiesta y es que mi hermano odia las fiestas.
—¿A dónde vas? —me pregunta muy serio.
—A una fiesta —le digo sin detenerme.
—¿Vas sola?
—Sabes que no.
—Entonces vas con Ángello.
—Obvio, es el único que me acompaña. A ti no te gustan las fiestas, Lorenzo es pésimo para cuidarme y Piero no tiene edad para ir conmigo.
—Dile a Fabio —me dice con una sonrisa mientras bajamos las escaleras.
—Quiero ir a divertirme, no a servir de niñera.
Nos reímos, porque todos sabemos que Fabio es un niño adorable, tiene casi doce años y es tan maduro como Alex, pero divertido como Lorenzo.
Al llegar abajo, nuestro padre nos mira interrogante.
—¿Van saliendo juntos? —no puede evitar el tono de sorpresa.
—Claro que no, papi —le digo dándole un beso cuando se agacha para que lo alcance—. Alex es muy aburrido.
—Pero no vas sola, ¿verdad?
—Voy sola… —intento decirle, pero mi padre me interrumpe.
—Entonces llama a Ángello, seguro que va contigo.
—Eso es lo que te iba a contar, Ángello irá conmigo, me voy sola hasta su casa, él conducirá.
—Todavía no le tiene confianza —se ríe Alex y le doy un golpe en las costillas—. ¡Ouch! Las mujeres de esta familia tienen la mano bastante pesada.
—Agradece que es un golpe en las costillas y no un tirón de orejas —le digo fingiendo molestia.
—Eso sería imposible —dice riéndose Lorenzo atrás de nosotros—. Tendría que subirse a una escalera para alcanzar nuestras orejas.
Los tres se ponen a reír, hasta que la voz de mi madre aparece desde el pasillo que da a la cocina.
—Si una madre quiere castigar a sus hijos por burlarse de su estatura, siempre encuentra la manera.
Se quedan callados, mi madre aparece con un espectacular vestido rojo, me imagino la pelea de la mañana entre mis padres por ese atuendo, porque mi padre es el hombre más amoroso y tierno, pero también muy celoso.
—Si van a salir, háganlo ahora. A sus hermanos los mandé a encerrarse con música y ustedes tienen permiso de llegar a… —mira su reloj, cuenta y nos mira—. A la una, ni antes ni después. Si llegan antes, esperan afuera. Si llegan después, ya saben lo que pasará.
—Nos quedamos afuera, lo sabemos —respondemos los tres juntos.
—¡Excelente! No puedo ser mejor madre —dice mi madre riendo y subiendo la escalera—. Si hasta en coro aprendieron la regla… —se voltea a la mitad de la escalera y dice seria—. Alex, ¿no vienes? Hay una pelea que terminar.
—Sí, sí, ya voy —dice con tanta alegría, que es obvio que no van a pelear.
—Ok, yo me voy —digo y corro hasta la puerta.
Me coloco el abrigo mientras camino hacia el auto, me subo a él, pero antes de poder salir, Lorenzo me espanta parándose en la ventana del conductor.
—¡Lorenzo! Me diste un susto de muerte —le digo al bajar el vidrio.
—Lo siento… ¿me llevas?
—No —le digo sin pena, no nos llevamos muy bien.
—Soy tu hermano mayor.
—¿Y? —le digo colocando mi teléfono en la base del auto.
—Vamos, Alex tampoco quiere llevarme y vamos a la misma fiesta.
—Toma un taxi —le digo encogiéndome de hombros.
—Pía, no seas así, por favor. Te hago la tarea.
—No es necesario, yo estudio mucho —le saco la lengua—. Adiós, hermanito, si quieres puedo prestarte para el taxi.
Salgo riéndome de mi maldad, eso es karma, muchas veces le pedí que me llevara a mis clases de ballet y me decía que no, que tomara un taxi. Incluso, un par de veces él mismo lo llamó y me daba el dinero, sólo para molestarme.
Tomo el camino a casa de mi tío Gabriel, justo cuando mi ángel me llama.
—Pía, estoy listo.
—Siempre lo estás —me río, porque da lo mismo qué tan repentina sea mi llamada, él siempre está listo—. Ya voy a tu casa, estaré allí en unos diez minutos.
—¿Saliste hace mucho?
—No, recién, luego de dejar tirado a Lorenzo después de suplicarme… —pero me corta mi historia divertida con ese mismo tono ronco y serio.
—Pía, envíame tu ubicación.
—¡Ay no, otra vez no!
—¡Hazlo! Detente y envíame tu ubicación, porque no puedes llegar aquí en diez minutos, es un trayecto de al menos veinte ¡y sabemos que a esta hora hay tráfico!
—Aaggghhh… —me hago a un lado de la calzada y hago lo que me dice—. Te quiero mucho, primo, pero en verdad te pasas de sobreprotector.
—Te amo demasiado para dejar que hagas una locura así.
—Y yo te odio demasiado, porque siempre termino haciendo lo que me pides. Te dejo, para concentrarme.
Le corto, coloco música para bajarme la furia y arranco a buscar a mi sobreprotector primo.
Ángello me lleva por un año, pero desde pequeños siempre fuimos unidos. Mientras Alex se dedicaba a estudiar y Lorenzo a meternos en problemas, Ángello siempre me ayudaba a escapar o me convencía de no caer en las trampas de mi hermano.
Pero creo que nuestro lazo es más fuerte, porque ambos nacimos solos. Alex, a pesar de todo, es unido a Lorenzo, al igual que Francesca y Piero, porque han estado juntos desde el vientre.
Esa es la razón por la que mi primo me ha cuidado, defendido y aconsejado.
Toda la vida.
Cuido de no pisar el acelerador, porque si no a mi primo le dará un ataque. Efectivamente, veinte minutos después, llego a su casa. Me estaciono en la calle, le envío un mensaje totalmente innecesario porque es obvio que esperaba detrás el portón de su casa. Corre para abrirme la puerta, me ayuda a bajar y me acompaña al asiento del copiloto, me abre la puerta y me ayuda a subir, luego rodea el auto y sube al volante.
—¿Sabes que es tonto eso que haces? —le digo asegurando mi cinturón y me entrega una rosa, lo miro sorprendida, pero prefiero seguir riñendo con él.
—¿Qué cosa? —me pregunta inocente, como si no supiera a lo que me refiero, no es la primera vez que hablamos de esto.
—Eso de ayudarme a bajar para luego ayudarme a subir, no entiendo por qué lo haces.
—Porque eso es lo mínimo que te mereces y para que cuando encuentres un hombre, si no hace estas cosas «tontas» por ti, entonces debes mandarlo al carajo.
—Exageras, además, los chicos de ahora no están interesados en hacer estas cosas.
—Yo las hago —me dice encogiéndose de hombros.
—Tú eres… tú —me encojo de hombros también—. Eres único.
—No lo soy, debe haber alguno más por allí, sólo asegúrate de encontrarlo.
No le respondo, pero no puedo evitar sonreír ante el detalle, me quedo mirando a la ventanilla pensando en sus palabras, oliendo de vez en cuando la rosa.
Lamentablemente, es difícil que encuentre a alguien, porque los dos hemos acordado hacernos pasar por novios para evitar que los chicos buitres me ataquen, lo mismo que a él las chicas fáciles, pero con la condición de «terminar» si encontramos a alguien que de verdad nos interese.
Me salvará de toques incómodos, bailar con borrachos y que me pidan el teléfono, en la universidad de los admiradores y acosadores.
Sin embargo, una parte de mí quisiera que fuera más real, pasar de los abrazos, olvidando que somos primos, sólo para terminar con mi curiosidad de cómo debería ser un beso… pero un beso de él.







