Me escondo en el granero, aprovechando de limpiar los establos, gracias a que Connor se llevó los dos caballos. Clarabella me mira y muge, al parecer, algo le falta…. Claro, que la ordeñe.

—Sólo por esta vez te daré el gusto, muchacha, porque no quiero hagas más escándalo.

Me acomodo a su lado, le acaricio el lomo y luego me siento para iniciar la tarea diaria.

—Debes extrañar a tu bebé —muge fuerte y sonrío, me gusta hablar con la vaca—. Pero seguro que ese toro te dejó con ganas de más, ya llegará el día que lo veas de nuevo. Al menos tú no tienes que preocuparte de buscar pareja.

—¿Y tú sí? —me dice Aíne, con un tono que me deja claro viene por la revancha.

—No, a mí las mujeres me buscan, muchas veces no quise tener nada, pero se corrió la voz de mi… ya sabes.

—De tu monstruo ítalo-irlandés… —dice ella con voz neutra, me giro y la veo parada a mi lado—. O sea, eres uno de esos puercos, a quien le gusta follar más que respirar.

—Ya no —le digo con sinceridad mirándola a los ojos—.